Macrotendencias de nuestro tiempo

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Junto a los temas más sonados de la actualidad como en su día la pandemia y ahora la guerra en Ucrania, la inflación o la tarifa de la luz–, van apareciendo otros que dan que pensar sobre el tipo de sociedad que tenemos… o que querríamos tener.

Hace algo más de dos años, explica la analista de tendencias Marian Salzman, el coronavirus puso patas arriba muchos de nuestros hábitos sociales. Y todavía hoy estamos tratando de calibrar el impacto que ha tenido en adultos, jóvenes y pequeños.

Pero hay signos de esperanza: la pandemia ha servido para reconsiderar prioridades y dejar de asumir que el rumbo actual de la sociedad es inevitable. Como explicó ella misma a finales de 2020, el “apetito de cambio” se expresa en corrientes al alza como la sed de profundidad, la añoranza por modos de vida más sencillos o el “regreso a lo real”.

Progresar ¿hacia dónde?

El replanteamiento al que apunta Salzman a menudo ha venido en forma de preguntas, que invitan a repensar nuestras ideas sobre el trabajo, el progreso, el éxito o el bienestar. Algunas, formuladas por otros especialistas, llevan años sobre la mesa:

— ¿Por qué celebrar una noción del tiempo que premia el corto plazo, empuja a la velocidad y deja fuera a las generaciones futuras?

¿Qué tiene de progresista una organización laboral que hace “trabajar a la gente hasta la extenuación” o que asume que el descanso o la vida familiar son lujos para ricos? (Nilanjana Roy).

— ¿Por qué lo útil debería seguir siendo el valor estrella de las sociedades modernas? (Jenny Odell).

— “¿Merece el nombre de riqueza o desarrollo un crecimiento que destruya el cuidado o margine a la población que cuida (…)?” (María Ángeles Durán).

Estas y otras preguntas han llevado a poner el foco en cuestiones cruciales: la dificultad para conciliar familia y trabajo; la salud mental de los adolescentes; el aumento de la soledad; la falta de natalidad y el envejecimiento de los países más desarrollados; el retraso de la maternidad y la paternidad –o directamente el rechazo a los hijos–, frente a tendencias como el auge de los childfree por elección, la soltería voluntaria y la involuntaria, o el parenting de mascotas; el impacto de la tecnología en aquellos hábitos que más ponen en juego nuestra condición humana; el deterioro de nuestra capacidad de cuidar las palabras y de hablarnos con respeto; el interés por fenómenos y debates siempre actuales, como las migraciones, la desigualdad, la compatibilidad entre ciencia y religión, el peso creciente de las emociones en la esfera pública, etc. 

Además, vemos que vuelven al primer plano de la actualidad disputas sobre valores y estilos de vida que unos daban por zanjadas, como muestra la expectación mundial creada por la posible revocación de la sentencia Roe v. Wade sobre el aborto; todas las relacionadas con las intromisiones en la conciencia, incluido el adoctrinamiento en la escuela; u otras planteadas desde perspectivas variadas: desde las surgidas en el seno del feminismo, hasta las que buscan poner freno al permisivismo bioético alimentado por el pragmatismo o por ideologías como el transhumanismo.

A estas grandes preocupaciones de la sociedad actual, cabe añadir las que detecta Salzman en su libro The New Megatrends, recién publicado, donde identifica diez macrotendencias que seguirán dando que hablar en los países ricos. Selecciono un puñado y añado los puntos de vista de otros expertos.

La identidad y sus derivadas

Al explicar el interés que seguirá suscitando la identidad como tema de debate público, Salzman concede mucha importancia al desdibujamiento de los roles de género y a las definiciones de lo femenino y lo masculino. Y aunque ve con buenos ojos esa “fluidez”, también admite que la sobreabundancia de opciones en ese y otros ámbitos está contribuyendo a un mayor desasosiego. De este problema hablan títulos recientes como Nadie nace en un cuerpo equivocado o Un daño irreversible.

De todos modos, la reflexión sobre quiénes somos abarca muchas otras cuestiones. Arthur Brooks, por ejemplo, parte de la identidad para explicar el sinsentido de la adicción al trabajo. Para él, lejos de ser una vía para destacar, reducir la propia humanidad a un solo rasgo –yo soy un desempeño laboral exitoso– es el camino directo para cosificarse y despojarse de valor.

En parecidos términos, la filósofa Ana Marta González advierte del peligro de encerrar la riqueza de la subjetividad humana en conceptos estereotipados más o menos en boga en el debate público. De ahí que afirme: “Más que de identidades, me parece preferible hablar de nombres propios: el nombre propio hace presente a la persona sin clasificarla”.

Entre las generaciones más jóvenes, preocupa que hoy el proceso de formación de la identidad tenga que hacerse en línea, dentro de un “circuito de retroalimentación”, bajo la mirada escrutadora del resto y midiendo mucho “lo que ocultar y lo que transmitir”, en palabras de Gavin Haynes. El estatus social ahora viene de “la documentación de las experiencias”, observa Eliza Filby. Lo que obliga a una constante performance: “No es el selfi lo que nos define, sino la representación del yo autocapturado en el momento del concierto, el restaurante, la playa…”.

En busca del bienestar

En su informe 22 Trends for 2022, Salzman señaló una doble tendencia: de un lado, la salud mental está dejando de ser un tabú; de otro, el pensamiento positivo está dejando de ser un imperativo. Esto permite que podamos hablar más a las claras de cómo estamos, sin necesidad de acallar el malestar con consignas o frases hechas. Las conversaciones hondas serán particularmente necesarias con los jóvenes, para quienes el futuro está dejando de ser un tiempo “lleno de promesas y prosperidad”. 

En The New Megatrends, Salzman identifica algunos hábitos que veremos ir a más para combatir el estrés y la ansiedad, como el desarrollo de habilidades prácticas, que, de paso, servirán para ganar en autosuficiencia (jardinería, carpintería…); o la desconexión a través de ayunos o dietas digitales, una forma de resistir frente a otra tendencia imparable: “el fin de la privacidad”. En contraste, otros buscarán tranquilidad por la vía opuesta: a través de la zambullida escapista en el metaverso.

También habrá que estar atentos a cómo la pandemia redefine la idea del bienestar vigente en las sociedades ricas, una tendencia que observa Tim Lomas, especialista en psicología positiva. Si en Occidente esa noción y la propia psicología han estado muy marcadas por el individualismo y la autonomía, así como por el énfasis en emociones positivas de alta intensidad como la alegría y el entusiasmo, hoy se ve la necesidad de incorporar facetas del bienestar mejor valoradas en otras culturas: el aprecio por las emociones positivas de baja intensidad, como la paz y la calma; la importancia de las relaciones humanas, la hospitalidad y la generosidad; o la necesidad de vivir en armonía con la naturaleza.

El gran despertar climático

Que las sociedades ricas cada vez son más sensibles al cambio climático no es ninguna novedad, pero sí lo es el hecho de que cada vez más personas estén dispuestas a poner de su parte. Manifestaciones de esta tendencia son el aprecio por la sobriedad, el consumo reflexivo y la “moda lenta”; o el interés creciente por los vehículos eléctricos, la carne de origen vegetal o las tecnologías que ayudan a calcular la propia huella de carbono.

La preocupación ecológica entronca directamente con el replanteamiento de los estilos de vida y del modelo económico al que invita Salzman. Las preguntas básicas son por qué vivimos y trabajamos como lo hacemos ahora, y qué alternativas hay. “¿Por qué insistimos en que los empleados trabajen de forma presencial cinco días a la semana? ¿Está nuestra estructura salarial orientada a motivar y a retener a nuestros mejores trabajadores en todos los niveles? ¿La estructura fiscal del Estado apoya el bien común o beneficia principalmente a los de arriba?”.

Previsiblemente, esta toma de conciencia también dará alas a un movimiento de solidaridad con quienes sufren injusticias económicas y raciales, algo que, en su opinión, las protestas por la muerte de George Floyd no han hecho más que anunciar.

Elogio de la vida sencilla

Otra tendencia que viene es el retorno del prestigio de lo pequeño (“small becomes the new big”). El minimalismo tiene algo de respuesta adaptativa. De un lado, porque lo pequeño se presenta como un buen antídoto frente a la incertidumbre y la velocidad de los nuevos tiempos: lo pequeño –explica Salzman– es más manejable y transmite una sensación de control. Y de otro, porque la precariedad laboral y económica de los más jóvenes no deja muchas más opciones.

Pero también hay una aspiración ética: el deseo de dejar atrás la mentalidad “cuanto más grande, mejor” como “ethos imperante”, un planteamiento que recuerda al de los decrecentistas y su gusto por los bienes de la vida sencilla.

Unida a la anterior va otra tendencia: la convicción de que “el nuevo lujo es el más sencillo de todos”. Para Salzman, aquí entran bienes actualmente tan escasos como el tiempo libre, los espacios no masificados, los entornos naturales o la vida lenta. En el futuro, el lujo tendrá que ver “menos con las posesiones materiales y más con la calidad de vida”. 

Salzman no es una antimoderna. De hecho, su visión del mundo encaja bastante con la que suele asociarse al progresismo cultural. Pero si algo dejan claro sus análisis es que la vida moderna no puede asumirse de forma acrítica. “La Gran Pausa de la pandemia nos obligó a muchos de nosotros a enfrentarnos a las carencias de nuestras vidas. (…) El cambio que se avecina diferirá radicalmente de una persona a otra, pero un tema común será la retirada de lo artificial a lo real, de lo digital a lo natural, de la inconsciencia a la reflexión”.

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