No tener hijos, de opción a deber

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No tener hijos - Childfree

La esterilización parece estar convirtiéndose en una opción planteable para asegurarse una existencia childfree. El miedo a perder la libertad, las dificultades económicas o la preocupación por el medioambiente son algunos de los motivos que se esgrimen para no tener hijos. Entre los childfree también se encuentran quienes no solo pelean para que su elección vital se respete, sino que intentan convencer de que su decisión es la moralmente correcta.

Sophia tiene 19 años, estudia Comunicación en Canadá y, cuando Suzy Weiss habló con ella para su artículo “First Comes Love. Then Comes Sterilization”, acababa de conseguir su cita con un doctor para que la esterilizara. ¿Sus motivos? Quiere viajar por el mundo y visitar todos los continentes y ya sabe que nunca querrá tener hijos.

Rachel Diamond se ligó las trompas hace medio año. Había crecido pensando que algún día formaría su propia familia pero, tras un giro progresista en su formación y acudir a una psicóloga que le hizo ver el trauma infantil que sufría, llegó a la conclusión de que nunca tendría hijos.

Entre las jóvenes entrevistadas por Weiss también hay quienes aducen otros motivos: Isabel tiene 28 años y se autoproclama antinatalista; es decir: no solo es una orgullosa childfree, sino que piensa que “es moralmente malo traer niños al mundo” porque van a sufrir.

Motivos

Desigualdades sociales, racismo, delincuencia, pobreza, miedo a transmitir una enfermedad… son algunas de las razones que se esgrimen para renunciar a la descendencia pensando en el sufrimiento del hipotético niño. Y la crisis climática. En este último punto, dependiendo de las posturas, el niño que no se quiere que nazca se ve, en algunos casos, como víctima de un mundo apocalíptico o, en otras ocasiones, como verdugo del planeta. “Mucha gente piensa que tener niños es su deber, pero para mí es justo lo contrario. Creo que mi responsabilidad es no tener niños, como parte de un esfuerzo colectivo para responder al insostenible tamaño de la población mundial”, escribía una colaboradora en el Huffington Post.

Existe una tendencia entre los veinteañeros a creer que los humanos somos el problema, según explica Clay Routledge, un psicólogo de North Dakota State University, no solo en el sentido de que contaminemos los océanos y mandemos basura al espacio, sino de que hay algo inherente en nosotros que nos vuelve incapaces de hacer las cosas mejor.

Otras veces los motivos se entremezclan: en el Huffington Post una mujer confesaba su preocupación por el cambio climático, pero también hablaba de la falta de apoyo del gobierno de Estados Unidos y del miedo a cómo iba a afectar la maternidad a su carrera. Están también quienes alegan no haber encontrado a la persona adecuada, problemas económicos o que tener hijos solo sirve para alimentar el sistema capitalista.

La esterilización como “acto de amor”

Un estudio reciente muestra que el 39% de la Generación Z duda sobre tener hijos por el miedo a un colapso climático. Otro, realizado por el Institute for Family Studies, refleja que el deseo de tener niños entre los adultos ha descendido un 17% desde el comienzo de la pandemia. Una encuesta de Funcas recogía que el 12% de los millennials aseguraban que no tendrían descendencia. En este caso los motivos que esgrimían no parecían tan altruistas como en algunos de los ejemplos anteriores: los hijos “dan muchos problemas” (70%), “limitan mucho el tiempo libre” (67%), y “se necesitan muchos ingresos” (64%).

Según una idea que se ha extendido, la elección de no tener hijos no solo era respetable sino también digna de admiración

Los medios de comunicación reflejan –y, en ocasiones, parecen promover– esta tendencia. El País ha publicado en los últimos años artículos con titulares como “La soledad de la pandemia impulsa un ‘boom’ de mascotas y un mercado multimillonario en Brasil”, “Tener un segundo hijo deteriora la salud mental de los padres” o “No tuve hijos para no atarme y ahora tengo que cuidar de mis padres”. Por su parte, The Guardian tiene desde 2020 una categoría de artículos titulada “Childfree”.

El deseo de esterilizarse no está creciendo solo entre las mujeres. En Estados Unidos, aunque no hay datos oficiales, varias clínicas que realizan vasectomías han visto un aumento de su clientela. Desde las clínicas y desde algunos estados se está haciendo una importante campaña para fomentar las vasectomías, incluso con alguna propuesta descabellada que pretende conseguir que todos los hombres tras el nacimiento de su tercer hijo o al cumplir los cuarenta se sometan a la operación. “Un pequeño corte para el hombre, un salto gigante para la humanidad”, o “La vasectomía es un acto de amor” son algunos de los lemas utilizados por las clínicas. “La vasectomía no te aleja de tu masculinidad, sino que de hecho te hace ser un hombre mejor”, afirma uno de los doctores volcados en estas prácticas.

Pero las esterilizaciones pueden tener serios efectos secundarios que parece que no se tienen en cuenta al promocionarlas con ligereza como si fueran un modo más de anticoncepción y como si no conllevaran riesgos.

Un informe de 2015 de la Organización Mundial de la Salud afirmaba que el 20% de las mujeres esterilizadas siendo jóvenes se arrepentían de su decisión. Un artículo de Institute for Family Studies que recogía diversos estudios señalaba que el arrepentimiento entre las mujeres jóvenes era más profundo y doloroso. Cuatro de cada diez chicas esterilizadas entre los 18 y los 24 años lo experimentaban tan fuerte que solicitaban información sobre operaciones de reversión de la ligadura de trompas dentro de los catorce años siguientes al procedimiento.

Del “Yo no quiero tener hijos” al “Y tú no deberías tenerlos”

En un comentario en IF Studies sobre el libro Selfish, Shallow and Self-Absorbed: Sixteen Writers on the Decision Not to Have Kids, Julia Shaw analizaba los motivos que los escritores aportaban. Partiendo de las historias personales, el conjunto de ensayos defendía que la elección de no tener hijos no solo era respetable sino también digna de admiración. El año pasado, la organización Population Matters otorgó un premio al príncipe Harry y a Meghan Markle por su decisión de no tener más de dos hijos para cuidar el planeta, porque “son un modelo a seguir para otras familias”, según la portavoz de la institución.

Esta especie de moralismo antinatalista suele catalogar a quienes tienen hijos como egoístas: por preocuparse solo de dejar un legado en el mundo, por tener hijos propios cuando hay niños a los que adoptar, por no pensar en el planeta, etc.

Los autores de Selfish, Shallow and Self-Absorbed quizá tienen razón en un punto: “Nadie posee el monopolio del egoísmo”. Uno puede tener hijos por los motivos equivocados: pensando solo en su propia autorrealización, en marcar un check más en su lista, en dejar su huella en el mundo… Sabemos que los hijos no son para eso, pero en los últimos años la visión de la maternidad y la paternidad parece haberse desplazado hacia una mirada adultocéntrica donde habría que preguntarse si estamos teniendo hijos para nosotros (para colmar nuestros anhelos y expectativas) o por ellos mismos; y, del mismo modo, si estamos dejando de tenerlos por ellos (pensando en el hipotético bien del hipotético hijo) o por nosotros (nuestra comodidad, nuestros planes, nuestra libertad…).

Vivir para otros

Pero tampoco se puede concluir que “ser padre es tan egoísta como no serlo”, como defendió Aloma Rodríguez en The Objective. Importan los motivos y la intención, sí, pero hay algo más.

“La humanidad ha persistido porque la gente ha tenido niños bajo circunstancias radicalmente difíciles” (Ross Douthat)

En un artículo titulado “The Case for One More Child. Why Large Families Will save Humanity”, Ross Douthat confiesa que puede entender y ver cierta coherencia en los childfree que lo son por el miedo al impacto climático de la superpoblación (aunque le parece un enfoque equivocado para afrontar la crisis del medioambiente), pero le plantean serias dudas quienes renuncian a la paternidad por el bien de su descendencia. “La humanidad ha persistido porque la gente ha tenido niños bajo circunstancias radicalmente difíciles: en medio de hambrunas, guerras y miseria en una escala que nosotros no podemos ni imaginar”, escribe.

En su artículo, Douthat recoge algunos de los efectos desde un punto de vista pragmático que trae consigo una sociedad con una población que decrece por la baja tasa de nacimientos: menor crecimiento económico, menos emprendimiento, esclerosis en las instituciones públicas y privadas, mayor desigualdad. Como efectos a más largo plazo: “La disminución de los lazos sociales […]; la fragilidad de una sociedad en la que los vínculos intergeneracionales pueden ser cortados por una enemistad o un fallecimiento; la tristeza de la gente joven en una sociedad que se encorva hacia la gerontocracia; la creciente soledad de los mayores”.

Pero, más allá de los motivos prácticos por los que la natalidad es loable, Douthat defiende que criar unos cuantos niños (él y su mujer tienen cuatro) “es la forma de vida que te empuja hacia la kenosis, el autovaciamiento, la experiencia de lo que significa vivir enteramente para alguien que no seas tú mismo”. Y esto te arroja en la orilla opuesta al egoísmo.

Fascinación por las familias numerosas

Como resalta Douthat también en su artículo, “la cultura popular manifiesta al menos tanta fascinación por las familias numerosas como por los miedos a la superpoblación”, refiriéndose al éxito de mamás blogueras e instamamis con miles de seguidores.

Las familias numerosas son una escuela de conciencia ecológica: reutilizan objetos que pasan de hermano a hermano, limitan el consumo…

Loreto Gala –27.000 seguidores en Instagram– acaba de dar a luz a su cuarto hijo y es la creadora de una tendencia que ha denominado austerismo, un movimiento que, según ella misma describe en su web, está basado en la austeridad. “Es la virtud a través de la cual hemos aprendido a gestionar los recursos que ya tenemos con sentido común, sentido social y previsión. Empezamos a darle el valor que corresponde a las cosas, un cuidado responsable en orden al bien común”. En su vida el cuidado del entorno y de su familia numerosa se entrelazan sin chocar, es más, forma todo parte de una manera de vivir.

“Si repasas los tips más clásicos de ‘Cómo ser ecológico en casa’ o ‘Enseña a cuidar la ecología en familia’, verás cómo todas las familias numerosas se deberían llevar los premios eco friendly”, afirma Mar Dorrio, que suma ocho mil seguidores en su cuenta de Instagram Why not twelve?, en un artículo publicado en Aleteia. Y enumeraba algunos de esos puntos desde su experiencia como madre de doce hijos: dar a los objetos una segunda vida (hermanos que heredan de otros hermanos); ahorro de agua (“Nada es más motivador para acelerar el ritmo de la ducha que los gritos de ‘¡Necesito entrar!’”); no poner la lavadora ni el lavaplatos a media carga…

Mientras algunos presentan como motivación para su vida childfree que su hipotética descendencia pudiera sufrir (o agravar) la situación medioambiental, otros entienden que pensar en el futuro de sus hijos supone un estímulo para hacer las cosas mejor. Lucie Brown, madre de dos niños y activista climática, contaba al Huffington Post: “Tal vez tener hijos y experimentar esta preocupación y este miedo por el futuro es lo que me ha motivado a encontrar en mí y en una comunidad de otros padres el poder decir que podemos –y debemos– cambiar el sistema en el que estamos viviendo”. Una idea similar se representaba en un anuncio de la pasada Navidad bajo el lema #ibelieveintomorrow.

Los niños no son “vampiros”

Abundan también los testimonios de personas que tras una época de tener muy claro que no querían hijos en su vida, cambiaron de opinión. Christopher Kaczor hablaba hace unos años en First Things sobre “el mito de los niños vampiros”: siempre había pensado que eran una sangría (económica y emocional) y que acababan con tus sueños, que chupaban la vida de sus padres. Pero cuando su mujer y su primera hija estuvieron a punto de morir en el parto, su planteamiento cambió.

El anhelo de ser padres además, lejos de ser una imposición social, es un deseo natural que se da por cómo estamos diseñados. Jaume Vives contaba en El Debate que “la paternidad es una irresponsabilidad porque cuando engendramos un hijo adquirimos la responsabilidad de acompañarlo, y nunca se está preparado para ello. Pero […] es una irresponsabilidad necesaria […] porque necesitamos darnos, morir, trascender y, si nuestro corazón es normal, necesita dar amor”. Además, añadía, la paternidad también enseña: “Tener hijos ayuda a sentar criterio, ayuda a ver la realidad con mucha más claridad […]. Un hijo es una bofetada de realidad. […] y eso, quizá, nos ayude a ser unos padres más responsables”.

 

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