La soledad que se avecina

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El aumento de las personas que viven solas será uno de los principales problemas sociales a medio plazo en Occidente. Un estudio de la ONG Acción Familiar y la Universidad Complutense de Madrid (1) desgrana las claves de este fenómeno en el caso de España, con la idea de que tanto el sector público como el privado afronten el problema de manera transversal.

Que la población occidental se hace mayor es ya un secreto a voces para el que los gobiernos y la sociedad han comenzado a prepararse. En España, el índice de envejecimiento –mayores de 64 años con respecto a menores de 16–, presenta un fuerte incremento entre 1975 y el año 2000, sobrepasando el 100% y situándose por encima del 116% en 2016.

La mayoría de los hogares unipersonales están compuestos por menores de 65 años, de los que 2 de cada 3 son solteros, y 1 de cada 6, divorciados

Más allá de las consecuencias económicas, el envejecimiento general plantea otros retos de carácter social que también habrá que afrontar. Aunque los datos todavía no son alarmantes, sí que lo es el avance de la tendencia: todo apunta a que dentro de pocos años la mayoría de los españoles envejecerán solos y, lo que es peor, para muchos –cada vez más–, la soledad comenzará antes de los 60.

Un “Ministerio” de la Soledad

Esta tendencia al aislamiento tiene consecuencias negativas en la salud de las personas. De hecho, hace un año, Theresa May, protagonizó una avalancha de titulares al anunciar la creación, en el Reino Unido, del primer organismo gubernamental del mundo dedicado específicamente a la soledad. Con rango de secretaría de Estado y de carácter interministerial, coordina el trabajo de nueve oficinas en sendos departamentos (Sanidad, Vivienda, Transporte…).

La iniciativa británica responde a las recomendaciones de una comisión creada a principios de 2017, que evaluó la magnitud del problema y sus consecuencias. La soledad, decía el informe de la comisión, está asociada a enfermedades cardiovasculares, demencia, depresión o ansiedad; en conjunto, su efecto para la salud y la esperanza de vida viene a equivaler al de fumar 15 cigarrillos al día.

En octubre pasado, el gobierno publicó una estrategia nacional, que implica tanto a la Administración como a distintas ONG para abordar la soledad. Entre otras medidas, una muy práctica es que los médicos de familia remitan a los servicios sociales a los pacientes que vean en esa situación.

En España de momento no se han tomado medidas de esa envergadura, pero los datos alertan de que quizá pronto será necesario hacerlo.

Los hogares aumentan más que la población

De hecho, ya en los últimos 30 años, la soledad se ha colado en los hogares españoles, y no solo en los de ancianos. Por una parte, influye el envejecimiento general, consecuencia del retroceso de la natalidad. En concreto, la media de edad ha aumentado casi en 10 años desde 1975 (en 2016 se situaba en 41 años entre los hombres y 44 en el caso de las mujeres).

Aunque algunas políticas sociales han ayudado a frenar la caída en picado que se experimentó en los años 90 –época en la que emergió con gran fuerza el modelo de hijo único–, la realidad es que, a día de hoy, la tasa de fecundidad sigue estando en torno a 1,3 hijos por mujer, claramente por debajo del nivel de reemplazo generacional, que es 2,1.

Sin embargo, mientras la natalidad sigue siendo recesiva, el número de viviendas principales no deja de crecer. Entre 2001 y 2011, la población española aumentó un 15%, mientras que el total de hogares subió un 25%; un dato que no deja de ser llamativo en un contexto en que aumenta la esperanza de vida y se retrasa la media de edad a la que se constituyen los nuevos núcleos familiares.

Un cuarto de hogares unipersonales

En los últimos años, la sociedad española ha experimentado significativos cambios de orden social y cultural que, entre otras cosas, han influido en el tamaño y la composición de los hogares, en los que cada vez vive menos gente.

 

En 2017, 1 de cada 3 hogares en España estaba formado por parejas con hijos; un modelo clásico de convivencia en paulatino declive. En cambio, ganan más adeptos otras opciones. El 25% de los hogares españoles, 4,6 millones, están habitados por una sola persona, y este es el modelo que más ha crecido en los últimos años. El otro gran auge corresponde a las viviendas monoparentales (formadas por un adulto, en su gran mayoría –83,5%– mujer, y uno o varios hijos), que suponen ya casi el 10% del total de los hogares en España.

La creciente desvinculación del binomio maternidad-matrimonio y la falta de estabilidad en las relaciones de pareja parecen ser importantes factores de esta tendencia. En efecto, al estudiar la distribución de los hogares unipersonales por tramos de edad, se observa que la tendencia es a la baja entre los más jóvenes, por la emancipación más tardía, y en cambio, empieza a subir ya entre los mayores de 45 años.

Cambio de tendencia

Como señalan los autores del estudio, las estadísticas revelan “un cambio de tendencia” que va “en contra de la idea de que son las personas mayores las que [con más frecuencia] viven solas”. Es verdad que los mayores de 75 años, que constituyen el 9,4% de la población, son la cuarta parte de los que viven solos. Pero en ese mismo tramo de edad ha bajado ligeramente la proporción de personas en tal situación.

Con los de tramos anteriores ocurre lo contrario. De hecho, la mayoría de los hogares unipersonales (58,1%) están compuestos por menores de 65 años, de los que dos tercios son solteros y el 16,3%, divorciados. A medida que se avanza en edad, la ruptura de las parejas cobra importancia como origen de la soledad. Y como, en ese caso, lo más frecuente es que, si hay hijos, permanezcan con la madre, se explica que entre los menores de 65 años que están solos, haya muchos más hombres que mujeres, y entre los mayores de 65 haya más mujeres (viudas en su mayoría: el 77%) que hombres.

El de una sola persona es el tipo de hogar que más ha crecido en España en los últimos años, y hoy es el 25% del total

Ahora bien, esa asimetría repercute sobre todo en los números absolutos. En términos relativos, ambos sexos sufren la soledad a causa de la ruptura en porcentajes similares. De los hombres solos menores de 65 años, los separados o divorciados son el 22%; en las mujeres de esas edades, la proporción es el 20%.

Este problema se puede detectar de manera generalizada en la mayoría de los países occidentales. El mes pasado, el Wall Street Journal afirmaba que en Estados Unidos, la llamada generación del baby boom (los nacidos entre 1946 y 1964) es ya la más sola de la historia, y analizaba las preocupantes consecuencias de este fenómeno en la salud y la vida de las personas. Más de la cuarta parte de los baby boomers están divorciados o no se casaron nunca, y uno de cada 6 vive solo. La soledad duplica el riesgo de muerte temprana, según un metaanálisis de la Brigham Young University, hecho sobre los resultados de casi 150 estudios. Otro estudio, de Harvard, Stanford y la AARP (la asociación estadounidense de jubilados) estima en 6.700 millones de dólares el coste sanitario adicional que suponen las personas solas, principalmente por gastos de hospitalización y de atención en residencias que no serían necesarios si tuvieran a alguien al lado.

Inestabilidad

Los datos analizados por Acción Familiar y la Universidad Complutense reflejan mayor inestabilidad familiar. El matrimonio, aunque todavía es la fórmula mayoritaria, pierde terreno frente a las parejas de hecho. La tasa de nupcialidad ha experimentado un importante descenso en las últimas décadas: si en 1975 se celebraban más de 7 matrimonios por cada mil habitantes, en 2016 se celebraron menos de 4.

Las rupturas, en cambio, son cada vez más. Tras la reforma de 2005, el divorcio ha reemplazado casi completamente a la fórmula de las separaciones. En los últimos años, el mayor número de divorcios —por encima del 30% del total— se registra en matrimonios que llevan más de 20 años de convivencia, seguidos de aquellos que llevan entre 5 y 9 años.

Y, en 2016, casi la mitad de las parejas que se divorciaron en España tenían hijos a su cargo, por lo que se estima que más de 76.000 menores se encontraban en familias que atravesaron una situación de ruptura. Esto lleva a que aumenten, por una parte, los hogares monoparentales y, por otra, los de adultos solos de mediana edad.

La soledad ya no es típica solo de viejos. Llega cada vez más temprano.


(1) María Teresa López López, Viviana González Hincapié, Antonio Jesús Sánchez Fuentes. Las familias en España: Análisis de su realidad social y económica en las últimas décadas (1975-2017). Acción Familiar, Universidad Complutense de Madrid. Madrid (2018). 269 págs.

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