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Los japoneses mueven ficha contra la soledad de los mayores

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La soledad no es buena consejera, y en sitios como Japón lleva, en ocasiones, a vérselas con la ley. Según un reporte de la cadena nacional NHK, de 2019, los hechos delictivos cometidos por mujeres ancianas se estaban disparando, en buena medida, por el cada vez mayor número de ellas que vivían solas: cuatro millones, el doble que el de sus pares varones.

“Se espera –apuntaba entonces el reportero– que la tendencia se incremente, dada la mayor expectativa de vida de las mujeres respecto a los hombres y el hecho de que también crece el número de divorciadas y solteras”. Muchas lo harán, en todo caso, porque les compensa ir a prisión: vivir solas implica que las cuentas no dan para llegar a fin de mes, mientras que estar tras las rejas es asegurarse, colateralmente, una cama, alimentos y asistencia sanitaria.

Hay más factores que inciden en que la soledad o el aislamiento de las personas mayores sean bastante comunes en Japón. Entre ellos, el periodista británico David McElhinney, radicado en Tokio hace varios años, llama la atención sobre el efecto acumulado del grave estancamiento económico que sufrió el país a partir de 1991: “Cuando el mercado de trabajo se secó en los años noventa, muchos quedaron desempleados o fueron relegados a puestos de menor remuneración y autoridad limitada. Para usar una analogía del Japón feudal: cayeron de su posición de señores (damiyo) a la de intocables (burakumin). Para algunos, la vergüenza fue muy dura de sobrellevar, por lo que se apartaron de la sociedad que los había traicionado”.

Con estas situaciones de relegamiento, no son extraños los casos de personas mayores que mueren totalmente solas en casa –uno de los más sonados fue el de un señor de Tokio que murió a principios de los 80 y fue encontrado en 2010–, lo que suscita una verdadera preocupación en las autoridades y verdadera ansiedad entre los adultos mayores. El fenómeno, denominado kodokushi, está yendo a más: según Nakazawa et al. (2021), solo en la capital murieron de esta manera 1.451 personas en 2003, y en 2018, el número había escalado hasta los 3.882.

“Vamos al mercado, abuelo”

Los efectos de soledad indeseada son variados (y ninguno positivo). La Campaña para Acabar con la Soledad, en Reino Unido, refiere impactos en la salud física y mental de aquel que está solo a su pesar: van desde un mayor riesgo de sufrir enfermedades coronarias, hipertensión y disminución de la capacidad inmunológica del organismo, hasta declive cognitivo y demencia. El aislamiento “incrementa el riesgo de mortalidad en un 26%”, advierte la ONG.

A la luz de estos datos, el gobierno británico creó un “ministerio de la Soledad” en 2018 para articular una estrategia que facilitara identificar a las personas aisladas, conversar con ellas, echarles una mano (los carteros, por ejemplo, recibieron la misión de interesarse por aquellos vecinos a los que se les veía cada vez menos), en fin, reincluirlas en la comunidad.

También Japón fundó una instancia parecida en 2021. La idea era intentar conectar a los individuos aislados con sus comunidades por medio de visitas directas, llamadas telefónicas, contactos a través de las redes sociales, etc., e involucrar en estas actividades a la mayor cantidad posible de actores: autoridades municipales, vecinos, organizaciones no lucrativas, empresas, etc.

De algunas de estas iniciativas, particularmente de las enfocadas en las personas mayores solas, nos han hablado dos de sus coordinadores. En la ciudad de Hadano, al suroeste de Tokio, los servicios sociales y grupos de voluntarios se han coordinado para, una vez a la semana, buscar en casa a los mayores que viven solos y llevarlos en coche a hacer la compra, mientras charlan con ellos, se interesan por su cotidianidad, por su salud, comparten anécdotas…

“La zona tiene muchas colinas y pendientes, y no hay transporte público; no hay autobuses, por lo que a los ancianos les resultaba difícil ir de compras –nos cuenta Nahoko Sugiyama, del Departamento de Atención a los Ancianos en el ayuntamiento local–. Por ello, los voluntarios residentes han comenzado a prestar apoyo, recogiendo gratuitamente a estas personas y llevándolas a los supermercados cercanos.  Los choferes son ellos mismos jubilados, gente mayor de 70 años. Los beneficiarios están muy contentos: además de ir de compras, disfrutan de salir y de interactuar con otros usuarios, y a los voluntarios les aporta un sentido más a su vida”. El funcionario considera que otros mayores que viven solos, al enterarse de la iniciativa y ver cómo funciona, se irán sumando.

Por su parte, en Miura, también al sur de la capital, se implementa un programa para hacer de los adultos mayores una suerte de guías comunitarios, de modo que se sientan útiles transmitiendo sus conocimientos sobre, por ejemplo, el patrimonio histórico local, la gastronomía, las rutas de senderismo, etc., y aportando sugerencias a los emprendedores noveles.

Hirohide Ishikawa, de la División de Colaboración Cívica del municipio, nos comenta: “Esperamos que los adultos mayores que tienden a retraerse formen una red con la comunidad y participen en actividades sociales en temas que les interesen, como la fotografía, la realización de videos, la práctica del ciclismo, las caminatas, que contribuyen a promover la salud pública y el conocimiento de sitios históricos… Al ver que esta generación de personas mayores se implica con la comunidad y actúa, los que lo serán próximamente los apoyan, lo que contribuye a expandir el interés por estas actividades. La Prefectura de Kanagawa ya nos ha pedido que preparemos un manual con estas ideas para que otras organizaciones puedan usarlo”.

Vigilando (amablemente) al vecino

Si lo de “cada uno en su casa y Dios en la de todos” invita al oyente a meterse exclusivamente en sus asuntos, también puede ser una exhortación a desentenderse totalmente de la vida y los problemas de los demás, lo cual no es necesariamente positivo.

El Índice de Prosperidad que publica periódicamente el Legatum Institute, del Reino Unido, elabora en un ranking de países –167 en su última edición–en el que examina el comportamiento de parámetros como la seguridad pública, las libertades individuales, el funcionamiento de los mecanismos democráticos, las libertades económicas y, entre muchos más, el capital social, en el que se incluye la fuerza o debilidad de las relaciones sociales. En el tope general –como en casi todos los listados– están los países nórdicos. Japón aparece en el puesto 19, y España en el 24, pero en el aspecto específico del capital social, los españoles se ubican en el 31, y los japoneses descienden hasta el 143.

Las autoridades niponas quieren darle la vuelta a la tortilla en este asunto. Ya existe una palabra para esto: mimamori, que viene a significar “observar, escrutar el vecindario”, estar al tanto de quienes viven en él. “Los investigadores médicos –subraya el ya mencionado estudio de Nakazawa– están claramente conscientes del valor del mimamori para aliviar el problema del aislamiento social entre la gente mayor, pues puede crear una comunidad win-win”, en la que los integrantes más jóvenes y los mayores “se beneficien de las relaciones de confianza mutua”.

Varias localidades han implementado esta dinámica de “vigilancia amable”. En el municipio tokiota de Adachi –justo donde se encontró aquel cuerpo sin vida pasados 30 años–, se aplica el proyecto Cero Tolerancia al Aislamiento, por el cual, desde 2012, las asociaciones de vecinos pueden acceder a información personal de los ancianos que vive solos, para monitorearlos y evitar que se aíslen de su entorno. Empleados del consistorio y voluntarios los visitan para ver cuáles son sus necesidades asistenciales, conocer si tienen a alguien que los ayude a resolver problemas cotidianos, y preguntarles si les gustaría recibir la visita de gente de la localidad.

Entretanto, el ayuntamiento de otra ciudad, Okazaki (en el centro del país), recluta a distribuidores de prensa, carteros, trabajadores de los servicios de agua y electricidad, farmacéuticos, dentistas, tenderos, etc., para que interactúen y se interesen por la vida de ese vecino mayor que, dejado de la mano, convertiría su casa en la concha de un molusco y se tapiaría dentro. Los voluntarios ven, además, si es necesario incluirlo en alguna red de ayuda alimentaria, o si, percibido algún signo de demencia, hay que dar aviso a algún familiar.

A algunos les olerá ligeramente a intromisión, pero si la alternativa es ser descubiertos 30 años después sentados en la misma butaca, quizás sea mejor un “por favor, pase y conversemos”.

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