Soltería voluntaria, ¿la última liberación?

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La soltería voluntaria está en alza. La agencia Wunderman Thompson la identifica como una tendencia internacional en su informe “The Single Age”. Frente a las voces que celebran esta corriente como un avance en cuanto a independencia y empoderamiento –especialmente para las mujeres–, otros recuerdan que la soltería presenta muchos rostros y que no todos los no casados se encuentran en este estado de manera voluntaria.

Con 6,5 nuevas uniones por cada mil habitantes, Estados Unidos alcanzó en 2018 un mínimo histórico de matrimonios. El dato más bajo desde 1867, año en el que comenzó a llevarse registro, como señala el informe presentado en abril por el National Center for Health Statistics. Los autores del estudio señalan que, aunque no hay una explicación clara de este descenso, algunos factores parecen estar relacionados; entre ellos, la preferencia por la opción de vivir juntos sin pasar por el altar y las dificultades económicas. Los informes muestran que el número de adultos en Estados Unidos que decide posponer el matrimonio va en aumento, y que una cifra sin precedentes de personas se plantea abstenerse del matrimonio de manera definitiva.

En España, según datos del INE, el 25% de los hogares están habitados por una sola persona, y este es el tipo de hogar que más ha crecido en los últimos años. La mayoría de los hogares unipersonales (58,1%) están compuestos por menores de 65 años, de los que 2 de cada 3 son solteros (ver Aceprensa, 23-01-2019).

¿A gusto con la soltería? Depende

Si bien el número de solteros aumenta para ambos sexos, la soltería entre las mujeres parece acentuada en el mundo occidental, y, en concreto, una soltería voluntaria presentada como símbolo de empoderamiento y de liberación de normas sociales que se consideran obsoletas.

Una muestra es la proliferación de autoras que han escrito sobre el tema en la última década. En un artículo publicado en The Atlantic (“All the Single Ladies”, noviembre 2011), Kate Bolick propone acoger nuevas ideas sobre las relaciones amorosas y la familia, y desterrar el concepto de matrimonio “tradicional” como el ideal.

Las teorías de Bolick sobre la soltería parecen ir en paralelo con su vida. El artículo comienza con una ruptura: cuando tenía 28 años, dejó a su novio porque sentía que “algo faltaba” y no estaba “preparada para asentarse”. Diez años después, se da cuenta de que eran razones más abstractas que concretas. En los meses en los que intentaba superarlo, vio que su problema residía en querer al mismo tiempo dos cosas incompatibles: autonomía e intimidad. A partir de ahí empezó a investigar sobre personas que vivían aparte de lo establecido en cuanto a las relaciones de pareja.

Hemos pasado de combatir los prejuicios sobre la soltería a situarla en un pedestal

Fruto del éxito de su artículo, Bolick escribió un libro, best-seller en Estados Unidos, y publicado en España con el título Solterona. La construcción de una vida propia. Su tesis: aceptar una vida de soltería, un proceso por el que ella pasó.

Cuatro años después del artículo de Bolick, la escritora Samhita Mukhopadhyay, autora de Outdated. Why Dating is Ruining Your Love Life, contestó con “All the Single Ladies Aren’t So Privileged”, en el que comparte muchos de los planteamientos de Bolick. De hecho, lo que trata en su libro es cómo estar en una relación y mantener la independencia. Observando la dicotomía de dos únicos bandos –“si no te casas eres una fracasada, aunque hayas elegido tu soltería voluntariamente”, y “no te preocupes, la vida de soltera puede ser muy empoderadora”–, la autora se preguntó si no habría una tercera vía (o vías), pensando en propuestas que rompieran con el esquema binario de casado/soltero y con la opción “tradicional” de dos personas juntas para siempre.

Hasta aquí, muy similar a su colega Bolick. Pero la idea principal de su artículo es que realmente el “acepta ser una solterona” no es tan fácil como Bolick lo pinta. Según afirma, la visión de la vida de soltería como una elección universal empoderadora “está basada en un feminismo bastante pudiente”. Mukhopadhyay señala que no todas las mujeres están en situación de poder valerse por sí mismas, que para muchas el “celebrar la soltería interior” –como dice Bolick– no sirve de ayuda. Más bien todo lo contrario: “Plegarse a la necesidad social de ser una mujer soltera feliz es tan agotador como alcanzar el estándar del matrimonio”. Al final de su texto, resalta además que, aunque está contenta con su vida, a veces no le gustaría estar soltera y reclama el “espacio social para decirlo”.

Individualismo en alza

Bella DePaulo, autora de Singled Out, prefiere hablar de personas “solteras de corazón”: quienes sienten que en su naturaleza está el ser soltero. No es un “mejor soltero que mal casado” sino, directamente, “mejor soltero que bien casado”. Bajo su término no entrarían todos los solteros voluntarios, ya que entre ellos también se encuentran quienes eligen una vida de soltería por otras razones (haber tenido una mala experiencia pasada, considerar que vivir así es más fácil…). También puede haber personas con pareja estable que “no se habían dado cuenta de que la vida de soltería era una opción real” y “eligieron el matrimonio, pero si pudieran hacerlo otra vez, optarían por la soltería. Otros, de hecho, dejan sus relaciones y empiezan vidas como solteros”.

Entre las ventajas, DePaulo afirma: “Cuando estás solo puedes crear la vida a tu medida. Si tienes los recursos para ello, puedes perseguir tus sueños y tratar de trabajar en lo que te gusta. Puedes vivir como quieras, viajar adonde quieras”. Dentro de este enunciado, tiene importancia el “si tienes los recursos”: una frase que rezuma el individualismo en el que parece estar embebido ese ideal de “soltero feliz” que critica Samhita Mukhopadhyay.

El informe de tendencias The Single Age también habla de un individualismo en alza, aunque no parece verlo como algo malo: “En una época definida cada vez menos por lo tradicional y cada vez más por la expresión personal, la independencia y la autenticidad, la soltería es una evolución natural de la población activa”.

El estudio se centra en explorar el cambio de hábitos y de expectativas de este colectivo y sus implicaciones para las marcas. Por la temática de sus conclusiones parece ser que estamos ante un grupo de “solteros privilegiados”, como diría Mukhopadhyay, entre cuyas respuestas destacan datos como que más del 80% de los encuestados estadounidenses dicen que estar soltero significa no tener que discutir nunca sobre dinero o que les resulta empoderador tomar sus propias decisiones económicas.

Del lamento a la celebración

El texto de presentación de The Single Age apunta que las asunciones desfasadas de la soltería colisionan ahora con un numeroso grupo de personas que acogen voluntariamente esta opción por el placer y la libertad que les da, “en vez de lamentarla como un estado de carencia, de sentirse incompleto o insuficiente”.

La directora creativa de la campaña de Tinder “Single, Not Sorry” también aboga por despojar a la soltería de su mala fama: “No es ese purgatorio al que algunos se creen condenados hasta emparejarse. Es una etapa muy importante y como tal debería ser celebrada”.

En artículos, libros y campañas se percibe un intento de romper con estereotipos que no han hecho bien. Las relaciones de pareja ganan con el destierro del mito de la media naranja. La soltería no es –no debería ser– un purgatorio, y, como dice Bolick, vivir siempre proyectado en el futuro, anclado en esa sensación de provisionalidad y de sentirse incompleto, no aporta nada. Pero en el intento de quitar prejuicios, parece haberse situado a la soltería en un pedestal, contraponiéndola a todo lo que es not single.

Un botón de muestra de este desprecio por el compromiso son algunas de las afirmaciones que aparecen en un artículo del New York Times, titulado “Unmarried, Happily Ever After”. Por ejemplo, Genesis Games, una terapeuta de Miami, dice: “Muchas veces en las relaciones tienes que hacer sacrificios. Pero si estás tú solo contigo mismo no tienes que hacerlos”. El mismo artículo recoge unas declaraciones de la actriz Emma Watson sobre su soltería: “Estoy muy feliz. Yo lo llamo ser self-partnered”. Un término que podría traducirse como ‘emparejada conmigo misma’ o ‘autoacompañada’, y que recuerda a esas tendencias de “casarse una consigo misma” o expresiones como “yo soy mi mejor pareja”.

Aunque Mukhopadhyay está contenta con su vida, a veces no le gustaría estar soltera y reclama el “espacio social para decirlo”

Tras estas palabras de Watson, DePaulo escribió explicando su disconformidad: “Me parece un intento de fingir la apariencia de pareja, una manera de decir ‘Ey, yo también estoy emparejada’, como si eso fuera a lo que deberías aspirar. Es una forma de que las personas solteras se definan a sí mismas en términos de relación en lugar de usar un término directo como ‘soltero’”.

Por otra parte, ¿por qué esa necesidad de “etiquetarse”, de elevar una decisión personal a una especie de movimiento liberador? ¿Realmente es una etapa que debe “ser celebrada”?

¿Presión social?

Un dato interesante del estudio The Single Age es que el 79% de los jóvenes estadounidenses piensan que la sociedad de hoy acepta más a los solteros. Esto choca con los argumentos que apuestan por idolatrar la soltería como contrapeso a la “presión social”: Watson también reconocía el apremio que había sentido por llegar a los 30 sin “asentarse”.

Que una declaración así venga de una celebrity con recursos no deja de ser sorprendente. Y hace pensar en esas mujeres no tan privilegiadas de las que se acuerda Mukhopadhyay. ¿Podemos decir que es la misma coacción la que siente una actriz famosa que la que sufre una mujer de bajos ingresos en un país en el que sus derechos están limitados o pisoteados?

Y, ¿hasta qué punto podemos hablar de que las mujeres de Occidente viven con esta presión? Si llamamos presión a los comentarios inoportunos de familiares o amigos tipo “se te está pasando el arroz”, “a ver cuándo encuentras un buen chico” o similares, habría que reconocer que también se dan hacia el otro lado: “no te cases tan joven”, “no tengas hijos tan pronto”, “¿otro hijo?”, etc.

En Unmarried Happily Ever After, un experto se queja de los mensajes subliminales en las redes sociales, series, películas que intentan convencer a la sociedad de que el ideal es estar emparejado. Pero ¿lo que vemos es la fijación de un estándar al que la presión social nos obliga a tender, o más bien un reflejo de cómo somos?

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