Hechos para los vínculos

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Frente al tópico, defendido por algunos investigadores, de que casarse hace desgraciadas a las mujeres, Scott Yenor explica en Public Discourse por qué “el matrimonio responde a una profunda necesidad humana de amor y comunidad”, y constituye una fuente de felicidad.

Está claro que casarse no es la única manera de cubrir esa necesidad de afecto: los lazos familiares y de amistad son igualmente importantes. Pero lo que parece una huida hacia adelante es negar que necesitamos la relación con los otros; o promover una visión enfrentada de la autonomía y de la intimidad, en la que esta debe sacrificarse en aras de no perder la preciada libertad.

Ya Aristóteles defendía que “el hombre es un ser social por naturaleza”. Y Scott Hahn lo expresa así en su libro La primera sociedad: “Una sociedad en la que no se construyan relaciones de amistad sólidas y basadas en el amor se debilita. Una sociedad en la que no se construyan relaciones laborales basadas en la confianza se empobrece. Y una sociedad en la que no se construyan matrimonios va camino de extinguirse”.

Yenor lamenta que las opciones “políticamente correctas” sean o quedarse soltero o transformar el matrimonio de manera que las mujeres puedan vivir independientes y solteras… en el matrimonio. En particular, critica las propuestas que Jessie Bernard defendía ya en 1982 en The Future of Marriage. Según Yenor, para quienes piensan como Bernard, cualquier problema que traiga sobre las mujeres casarse se resuelve animando a que estas actúen y piensen más como solteras. El autor concluye que ver en el matrimonio un campo de autonomía para el hombre y de sometimiento para la mujer es una de las mayores simplificaciones que pueden hacerse, ya que ignora que la dependencia que se da en el matrimonio es de doble dirección –cada vez más se habla de interdependencia–, y que es el amor el que implica esa dependencia mutua de uno a otro.

Yenor lamenta que las opciones “políticamente correctas” sean o quedarse soltero o promover que los casados vivan como solteros en el matrimonio

Los solteros también viven la interdependencia, según Bella DePaulo, una de las defensoras de la soltería como forma de liberación. De hecho, así como no le gusta el término self-partnered tampoco le gustan, como sinónimos de soltero, las nociones que connotan aislamiento o carencia: “unmarried”, “alone” y “unattached”. Además, tras los estudios que ha realizado, defiende que las personas solteras están en general más conectadas con otras, en contraste con las parejas –que se aíslan al casarse o al irse a vivir juntos–. En un artículo titulado “Más gente que nunca está soltera y eso es algo bueno” sostiene que los solteros son más propensos a socializar y a ayudar a amigos y vecinos, así como a apoyar y estar en contacto con su familia. También “participan en más grupos cívicos y eventos en sus ciudades, se apuntan a más clases de arte y música, y salen más a menudo con gente (…). Asimismo, colaboran más en voluntariados”.

En este y otros artículos parece que DePaulo añade a la imagen idílica de Kate Bolick de “soltero con recursos” el plus de ser personas filantrópicas, subrayando su aportación social —y obviando lo que aportan las familias—. En afirmaciones así da la sensación de que olvida algo que ella misma advierte en su libro Singled Out: los solteros no son un grupo monolítico. Aparte de lo diferente que es la soltería para hombres y para mujeres, también difiere la vida de quienes lo son tras un divorcio o tras quedarse viudos, si son ricos o pobres, jóvenes o mayores, si viven juntos o viven con otros, y, en sus propias palabras: “Estas distinciones importan. Algunos solteros son estigmatizados más implacablemente que otros”.

¿Mejor solos que bien acompañados?

La soltería voluntaria existe, pero los datos también muestran un anhelo de formar una familia, aunque sea un proyecto lejano y no incluido en el top 3 de prioridades de un millennial –en España, ocupa el cuarto puesto de prioridades en menores de 45 años, según el Barómetro 2020 de The Family Watch–. La propia Bolick confiesa que su defensa de la soltería no es un principio inmutable —ella misma, después de su decisión de acoger su soltería, ha tenido, al menos, una relación—.

Por otra parte, el aumento de solteros también podría explicarse porque la edad para casarse se retrasa cada vez más. Nos encontramos entonces con solterías prolongadas. Esta misma demora del “sí, quiero” es posible que dificulte dar el paso posteriormente: acostumbrados a unas rutinas propias, a vivir sin depender de nadie y sin que nadie dependa de uno…, el compromiso que requiere un matrimonio puede no resultar atractivo.

Sobre los beneficios y costes de retrasar el matrimonio, Bradford Wilcox, director del National Marriage Project de la Universidad de Virginia, realizó un informe cuyos resultados comentaba en un artículo del Washington Post: “Hallamos que los veinteañeros varones tenían mayor probabilidad de enfrentarse a una depresión y al abuso de alcohol si estaban solteros, comparados con sus coetáneos casados. El 48% de hombres solteros entre 24 y 29 años afirmaron que se emborrachaban con frecuencia, comparado con el 28% de los casados. Solo un 35% de los solteros confesaron estar ‘altamente satisfechos’ con sus vidas, en comparación con el 52% de los casados”.

Así como ha aumentado el número de solteros en los últimos años, también están creciendo las cifras que hablan de soledad (ver Aceprensa, 23-01-2019 y 29-01-2020). Y aunque DePaulo insiste en que “las personas solteras no son las culpables de la epidemia de soledad”, tampoco se puede pasar por alto que la pérdida de relaciones matrimoniales estables supone siempre una carencia. Como afirma Mark Regnerus en su libro Cheap Sex, “un país de solteros asociados es, en última instancia, más solitario y mucho más vulnerable de lo que nos han hecho creer”. 

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