¡Ave, César!

TÍTULO ORIGINAL Hail, Caesar!

PRODUCCIÓN Estados Unidos - 2016

DURACIÓN 106 min.

DIRECCIÓN,

GÉNEROS, ,

PÚBLICOJóvenes-adultos

ESTRENO19/02/2016

Antes de poner pegas a ¡Ave, César!, que alguna hay que ponerle, vamos al grano, porque la última película de los Coen es uno de esos títulos disfrutables y una prueba de que hay genios que andan sueltos.

¡Ave, César! es un inteligentísimo ejercicio de metacine, una hilarante historia, una sucesión de escenas brillantemente escritas, una acerada y tierna crítica a un mundo que ya pasó y a unas películas que hicieron algo más que entretener… y, sobre todo, una emotiva carta de amor al séptimo arte. Podría seguir con la enumeración porque la película de los Coen –como una muñeca rusa– encierra muchas más cosas.

Josh Brolin interpreta a uno de esos personajes que merecen por sí solos 100 minutos de metraje: un personaje basado en parte en el productor Eddie Mannix, un católico convencido y honrado padre de familia que fue vicepresidente de la todopoderosa MGM en los años 50. Mientras coordina una decena de películas, desde westerns a musicales, trata de sacar adelante una superproducción sobre la vida de Jesucristo. Mannix, además de productor, es una especie de bombero que lidia con todo: la reputación de la actriz embarazada, el actor mediocre que tiene que protagonizar un drama, la reunión con representantes de diferentes religiones para que su película no ofenda a nadie… y un extraño secuestro del actor estrella del estudio.

Cada una de estas batallas se convierte, gracias a la escritura de los Coen, en gags sabiamente construidos, en momentos en los que el cine explota en el paladar del espectador, en fogonazos de gozosa memoria cinéfila… cuando la cinefilia no era cosa de cuatro, sino un saber del pueblo, de ese pueblo que abarrotaba las salas. Hay escenas enmarcables y auténticas lecciones de cine en esta película de los Coen: desde el número musical protagonizado por Channing Tatum (un ejemplo, por cierto, de que para hacer una broma hay que cuidar la coreografía) hasta la secuencia protagonizada por un exasperado Ralph Fiennes, pasando por la representación de cómo es el clímax en una película (que sirve, de paso, para volver a comprobar que George Clooney es un actor enorme… aunque los Coen le tengan media película haciendo el tonto).

Y, entre batalla y batalla, se habla y discute del ego de los actores, de su –a veces– baja catadura moral, del desprecio a los guionistas (en un guiño absolutamente contemporáneo) y del postureo de muchos que hablan de comunismo y del hombre nuevo saboreando martinis en un casoplón en Malibú.

Y hablan también bastante de religión y de cristianismo. Con grandes dosis de ironía –hablamos de los Coen–, pero también con respeto y una sorprendente apertura a lo trascendental. Una apertura que manifiesta que detrás de ¡Ave, César! hay una inteligencia –o dos– capaces de deambular de lo humano a lo divino, de la fábrica de sueños a las aspiraciones del hombre, de la filosofía al cine, de la representación de la fe a la fe misma. Una inteligencia –o dos– capaces de hacerse preguntas mientras ruedan películas.

Y es cierto que, quizás por la densidad que tiene este aparente divertimento, la película se resiente en algunos tramos que resultan más fríos, premiosos o simplemente más modestos y menos sobresalientes. Si, quizás ¡Ave, César! no sea una película redonda. Pero si tienes una sátira inteligente, divertida y con bastantes momentos eléctricos y sublimes, ¿para qué necesitas que además sea redonda? Por otra parte, siempre ha sido complicado encerrar la genialidad en un círculo.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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