Woody Allen retorna con una nueva reflexión sobre la libertad y el azar, en la línea de “Match Point”, pero más ligera, más divertida y algo más optimista.
La quincuagésima película de Woody Allen, sin ser una de sus grandes, no defrauda: se trata de una pequeña comedia romántica, con un toque de enredo y muchísima nostalgia.
Woody Allen vuelve a explorar la condición humana, ahora a través de un profesor de filosofía desencantado de la vida que de repente se entusiasma con una causa.
Película coral, con muchas tramas amorosas, pero con un tono menos cínico que otras veces, aunque tremendamente irónico, hedonista e incidentalmente soez.
El Woody Allen de siempre. Buen contador de historias, ingenioso en algunos recursos, divertido... pero también cínico y desesperanzado, a vueltas con el amor y el desamor, la felicidad y la desdicha, el sentido de la vida y la religión.
A pesar del exotismo latino, la cinta es la típica película de Allen: un puñado de personajes ligeramente neuróticos, medianamente sofisticados, con conflictos afectivos de todo tipo y un claro despiste sobre lo que está bien y lo que está mal.
Woody Allen vuelve sobre temas suyos de siempre: delito y culpa, la conciencia, la existencia de Dios y la vida después de la muerte, y esta vez los toma totalmente en serio.