Thor permanece preso en una cloaca del universo sin su todopoderoso martillo y en una angustiosa carrera contrarreloj. Su obsesión es escapar y regresar cuanto antes a Asgard, su planeta natal. Entonces, se cruza en su camino el Increíble Hulk, su irascible compañero en Los Vengadores.

Sorprende gratamente esta tercera aventura fílmica de Thor por sus espectaculares secuencias de acción, su trepidante ritmo narrativo, su curiosa conjunción de sátira mitológica y odisea espacial –a medio camino entre Wonder Woman y la serie Star Wars– y, sobre todo, su opción radical por la comedia disparatada, que le funciona muy bien en todos los personajes, muy bien interpretados, dentro del asumido histrionismo del género.

Quizás Thor: Ragnarok rompa la cintura a los seguidores más puristas de los cómics originales de la Marvel pero, desde luego, lleva a otra dimensión –nunca mejor dicho– el descarado humor de los filmes sobre Iron Man, Spider-Man y Los Vengadores, y mantiene un altísimo nivel como pirotécnico divertimento audiovisual. Todo ello, sin renunciar a las shakespearianas reflexiones sobre la ambición y la envidia, los conflictos paternofiliales, fraternales y entre amigos, o el poder como servicio al bien común, características de la mitología nórdica y de sus diversas actualizaciones en los cómics de Marvel.

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