Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 88/14

La tercera entrega de Los juegos del hambre abarca la mitad de la última novela de la trilogía juvenil distópica de Suzanne Collins. Se centra en el afianzamiento del liderazgo de Katniss Everdeen. La presidenta Alma Coin alberga grandes esperanzas de que la joven pueda galvanizar el movimiento de rebelión contra el tirano presidente Snow. La duda es cómo puede afectarle que Peeta haya quedado atrás, prisionero de Snow. Pues este lo exhibe en las pantallas de televisión en entrevistas conducidas por Filckerman, con mensajes equívocos y manipuladores que podrían minar la moral de Katniss.

Francis Lawrence sigue describiendo un mundo oscuro, donde se muestran las masacres ejecutadas por un Snow sin escrúpulos. Las claves que sostienen la trama son las de los otros filmes: la madurez de la heroína Katniss, que maneja sus talentos con humildad, confiando más en la atención sincera a los otros, en la capacidad de sacrificio y en la correcta toma de decisiones que en la propaganda.

Algunos pasajes de acción e intriga que podían haber sido convencionales, como un intento de rescate, funcionan porque se combinan paralelamente con otra guerra, la mediática, de innegable interés. Los actores están bien en sus personajes, casi todos arquetípicos. Los veteranos Donald Sutherland, Julianne Moore y el fallecido Philip Seymour Hoffman casi con su sola y poderosa presencia. Destaca Jennifer Lawrence, que exhibe dramatismo y grandeza en sus momentos culminantes –los relativos a Peeta y Gale, o sus encuentros con las personas sufrientes–; es sin duda una grandísima actriz.

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