Interesante biopic sobre Alan Turing, el matemático británico que consiguió descifrar los mensajes nazis en la Segunda Guerra Mundial. Su máquina, precursora de los actuales ordenadores, permitió acortar la guerra, impulsó la victoria de los aliados y salvó millares de vidas.

En 1952, el gobierno británico acusó a Turing de indecencia grave por mantener relaciones sexuales con un joven de 19 años. Después de someterse a castración química para evitar la cárcel, Turing se suicidó. Hace un año, la reina de Inglaterra lo indultó a título póstumo.

The Imitation Game tiene fundamentalmente una buena historia detrás: la lucha de unos hombres tratando de desactivar con su inteligencia una monstruosa guerra. La historia es conocida, pero no fácil de contar bien: en primer lugar, porque no lo es mantener un thriller apoyado en términos matemáticos, y en segundo lugar, porque, ante esta dificultad, la tentación de dirigir la acción hacia alguna “carretera secundaria” –llámese historia de amor, conflicto personal, grupal, etc– es muy fuerte.

Tyldum evita los dos peligros, por un lado dando peso a lo que realmente tiene importancia y desarrollando bien el invento de la máquina; por otro, abordando las subtramas dramáticas como lo que son: necesarias pero secundarias. De esta forma, temas como la homosexualidad de Turing, la complejidad de su carácter (magnífica la interpretación de Cumberbatch) o las relaciones entre el matemático y su grupo de trabajo, funcionan bien, dando entidad dramática a la historia y contrapesando una narración que podría ser ardua.

Este equilibrio se tambalea en un epílogo final algo forzado, en el que se cuenta de una forma acelerada y mucho menos cocinada que el resto de la película la condena y muerte de Turing. En cualquier caso, de lo que se nos está hablando a fin de cuentas es de leyes que atentaban contra importantes derechos y que, sin embargo, en aquel momento, gozaban de un amplio consenso. Ahora también pasa con otras leyes. La Historia nos juzgará. Y el cine hará películas.

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