Posguerra en Alemania, año 1946. Rachael Morgan (Keira Knightley) aterriza en las ruinas de Hamburgo en pleno invierno para reunirse con su marido, Lewis (Jason Clarke), un coronel británico que ha recibido la misión de reconstruir la ciudad destruida. Pero cuando van a mudarse a su nueva casa, Rachael descubre con asombro que Lewis ha tomado una decisión inesperada: compartirán la enorme casa con sus antiguos propietarios, un viudo alemán (Alexander Skarsgård) y su atormentada hija. En esta atmósfera cargada, la hostilidad y el dolor dan paso a la pasión y la traición.
La quinta película, sin llegar al nivel de la primera, supera con mucho los últimos piratas que habíamos visto y deja claro que hay historia para rato.
Cómo el matemático Alan Turing descifró las comunicaciones alemanas en la II Guerra Mundial: una historia bien contada, sin perderse en caminos secundarios.
La relación entre un productor discográfico y una cantante, cada uno con su crisis personal, es una historia sólida, con valores humanos y derroteros no trillados.
El triángulo amoroso con el poeta Dylan Thomas ofrecía un planteamiento sólido; pero un guión errático, que va pasando por distintos géneros, torna la historia increíble.
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