Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 16/15

Esta sorprendente y vigorosa cinta de acción, basada en un cómic, da una vuelta de tuerca a las tramas de espías estilo James Bond, que en sus versiones juveniles suelen tener un aire algo naif. Su violencia paródica e intenciones transgresoras tienen una deuda con Quentin Tarantino: no en balde dirige el británico Matthew Vaughn, productor de Snatch y Lock & Stock.

El film sigue al joven problemático Eggsy, cuyo difunto padre formó parte de una supersecreta agencia británica que emplea como tapadera la sastrería Kingsman. Un antiguo compinche del progenitor lo propone como candidato a rejuvenecer las filas de la organización. Mientras, el multimillonario tecnológico Valentine ha ideado un maquiavélico plan de reducción de la población, forma drástica de afrontar el problema del cambio climático.

La ironía “destroyer” que destila la cinta incluye muertos a granel –hasta de personajes de entidad–, reírse del “product placement”, una letal asesina con prótesis en ambas piernas, el ceceo de Samuel L. Jackson, tópicos muy “British” –los pubs, la elegancia en el vestir…–, mandobles a los suecos –que pasaban por ahí– y a los poderosos en general… Y hay algo de chabacanería y violencia, sí, hasta con su punto de gore, y un esfuerzo de contención, para no ahuyentar al público más sensible. Aunque la capacidad de riesgo tiene sus límites, y al concebir una escena clave de agresividad, en un espacio de oración, no se escoge, por supuesto, una mezquita o una sinagoga, sino una iglesia de terribles fundamentalistas cristianos… de los que no se teme una reacción violenta o quejas excesivas, por la película.

El reparto cuenta con sólidos veteranos, como Colin Firth, Mark Strong y Michael Caine, y el jovenzuelo Taron Egerton supone todo un acierto. Parece que ha nacido una nueva franquicia de espías, y que ha nacido para quedarse.

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