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Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 16/15

Un autobús escolar para ante el museo de la ciudad; los críos desembarcan dispuestos a pasarlo bien a costa del museo y sus guías. Pero es el Día de Muertos y esos diablillos topan con una encantadora guía que los domina sin dificultad y los conduce a un lugar especial: la sala donde se encuentra el Libro de la vida, que contiene “todas” las historias del mundo. La guía lo abre y, con ayuda de una maqueta y unos títeres, les cuenta la leyenda de Manolo, Joaquín y María, un hecho decisivo para el futuro de la humanidad, que también ocurrió un Día de Muertos. Contemplaremos a continuación esa aventura, protagonizada por las marionetas, con alguna interrupción a cargo de los niños, hechizados por el relato en el que intervienen vivos y muertos, mortales y dioses, héroes, canallas y bandidos, el mundo y el inframundo, en un desenfrenado festival de música y color.

El libro de la vida es el primer largometraje de Jorge R. Gutiérrez, original artista de Tijuana afincado en Hollywood. Nos contaron que su compatriota Guillermo del Toro se enamoró del guion nada más verlo, y lo apoyó incondicionalmente. Lo cierto es que la película de Gutiérrez tiene todos los elementos del imaginario de Del Toro: una lección de cultura mexicana para instruir a los norteamericanos, con mariachis, grandes sombreros, plazas de toros, bandoleros y militares, tacos, y la celebración de los muertos con su cortejo de extrañas criaturas. Y la película, atípica e imperfecta según los estándares de ahora, seduce con su poderosa imaginación, su ritmo trepidante, la fuerza de su color, el encanto de sus decorados, y una banda sonora que interpreta un tema hispano en inglés, o viceversa.

Una cinta de animación atípica, una fantasía audaz con un diseño original, no apta para los muy pequeños, pero bella y arrebatadora.

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