En Egipto, las minorías liberales comenzaron la “revolución democrática”, pero los islamistas y los militares resultan ser las únicas fuerzas que cuentan.
Miles de iraquíes han tenido que refugiarse en el Líbano. Muchos de los refugiados, entre ellos los cristianos, no ven posible regresar a un Irak, que ya no es el que ellos conocieron.
Al cumplirse un año del inicio de la rebelión en Siria, el presidente Bachar Al Asad puede celebrar su victoria militar, pero al precio de convertirse en un paria en la escena política internacional.
Un año después de las revoluciones árabes, los partidos islamistas han triunfado en las elecciones, y ahora deben demostrar su respeto por las libertades.
Tras la retirada norteamericana, el futuro de Irak está sembrado de incertidumbres por el aumento de la violencia sectaria entre suníes y chiíes, y la creciente influencia de Irán.
Las protestas se han centrado en demandas concretas para las necesidades de una clase media sin privilegios que se siente marginada frente a otros sectores sociales.
La gran esperanza que se abrió con la “primavera árabe” a comienzos de este año fue que democracia e islam resultaran compatibles. Con la perspectiva de los meses transcurridos, se comprueba que los partidos islamistas son la fuerza política mayoritaria y que la democracia islámica tendrá sus propios rasgos.
Seis meses después del comienzo de la “primavera árabe”, ¿dónde están las esperanzas de democracia y dónde las realidades? Un primer balance nos ofrece un desigual panorama.
En las semanas siguientes a la euforia de las revoluciones de Túnez y Egipto, se ha hablado mucho del modelo político turco como referente para las futuras democracias árabes.
Ni nacionalismo ni islamismo. Por primera vez, las multitudes árabes, movilizadas por los jóvenes, se han lanzado a la calle pidiendo libertad y trabajo.
Los cambios legislativos que se adopten en los países árabes tras las revoluciones deberán resolver una alternativa: utilizar la democracia para profundizar en los derechos humanos y la separación de poderes o bien reislamizar la sociedad.
Las protestas masivas en Egipto y en otros países árabes se deben a importantes factores demográficos y sociales que no se arreglan con un cambio de gobierno.
Antoni Puigverd señala que es intelectualmente deshonesto hablar de violencia religiosa, cuando lo que está ocurriendo es el progreso de un islamismo violento.