El programa Bolsa Família (Brasil) y los cupones de comida (EE.UU.) ofrecen dos ejemplos de cómo el Estado puede ayudar a mitigar la pobreza de millones de personas.
Las larguísimas jornadas laborales han llegado a considerarse normales en algunos sectores. Los estudios sobre el particular indican que son poco útiles y aun contraproducentes.
El incremento de la producción de petróleo y gas obtenidos gracias a técnicas como el “fracking”, convierte a EE.UU. en un actor clave del mercado energético global.
Cada dos años la OCDE toma el pulso al bienestar de los habitantes de la zona, con indicadores que van más allá de lo macroeconómico. Lo que se desprende es que el bienestar objetivo y el subjetivo no siempre coinciden.
Con una tasa de afiliación baja, los sindicatos han nutrido sus ingresos con variadas fuentes de financiación pública, difuminadas por la opacidad de sus cuentas.
América Latina debe evitar una concentración excesiva de sus exportaciones en las materias primas, y avanzar hacia una producción que se base más en la tecnología y el conocimiento.
Según “The Guardian”, en Doha, sede de la Copa del Mundo 2022, están muriendo a diario trabajadores extranjeros en las construcciones de los nuevos estadios debido a las inhumanas condiciones laborales.
El Estado relacional (en el Reino Unido) y la sociedad participativa (en Holanda) son las nuevas ideas de la izquierda para adaptar el Estado del bienestar a las condiciones sociales y económicas de hoy.
La imparable demanda de cupones de comida ha llevado a los republicanos a exigir recortes drásticos, pero los partidarios alegan que es una ayuda esencial en tiempos de crisis.
El porcentaje de la riqueza nacional destinado a políticas sociales subió al principio de la crisis económica y permanece prácticamente igual desde entonces.
En los tiempos de Internet y los parquímetros, tener coche ya no es un símbolo de libertad; nuevos servicios para alquilar vehículos al instante ofrecen una alternativa cada vez más usada.