Año 2001. Gordon Gekko sale de la cárcel tras cumplir condena por delitos monetarios. Siete años después, el ex tiburón de Wall Street publica ¿La codicia es buena?, libro que anticipa la crisis financiera mundial. Winnie, la hija de Gordon, no se habla con él, le culpa de la muerte de su hermano por la droga. Paradójicamente, planea casarse con Jake, inmerso en el mundo de las grandes corporaciones, y que podría no ser tan diferente a su padre.

La codicia en los mercados bursátiles, que conoció un boom en los 80 del pasado siglo, quedó inmortalizada fílmicamente en el Gordon Gekko de Wall Street, personaje que dio a Michael Douglas un Oscar. Con los recientes sucesos de la burbuja inmobiliaria, había una lógica expectación acerca de qué haría Oliver Stone retomando a Gekko.

Vaya por delante que aquí no se trata de explicar la crisis financiera. Más bien decepciona que la película la use como simple e ideal telón de fondo para retomar al personaje del film de 1987, e incorporar otros nuevos. Y late la idea de si Gekko puede redimirse, ser mejor persona. Otros planteamientos que vertebran la trama son el valor del tiempo, capital más valioso que el monetario, y la importancia de aportar a la sociedad algo tangible, sea una nueva fuente de energía, o la dedicación a la enfermería en el caso de la madre de Jake.

A esta cuidada producción de estudio le falta el hálito del original. Escasea el espacio para la tragedia a lo Shakespeare, y sobra para el convencionalismo dulzón, de modo notorio en el poco trabajado desenlace. El dibujo de la “selva” de Wall Street y de Internet suena a ratos a cliché. La fortuna de Stone es contar con unos actores que se elevan sobre sus personajes para darles relieve. Carey Mulligan concede una gravedad a su personaje que lo hace creíble, Michael Douglas sostiene las evoluciones de un Gekko algo “veleta”, Josh Brolin aporta cinismo… Menos credibilidad se observa en un Shia LaBoeuf “pitagorín”, en el científico de Austin Pendlenton, o en la vendedora de pisos de Susan Sarandon.

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