El principito es una obra maestra de la literatura, un libro inclasificable, hecho de nostalgia, imaginación, dolor… El principito habla a grandes y pequeños por igual, y los dibujos que realizó Antoine de Saint-Exupéry para la edición, hace casi 75 años, forman parte de la imaginería popular mundial.

Mark Osborne, realizador de Kung Fu Panda, ha conseguido la primera buena adaptación de El principito para la pantalla grande. Hay que decir que el guion de Irena Brignull y Bob Persichetti, sin ser perfecto, está lleno de ocurrencias y aciertos que permiten contar esa historia de una manera bastante aceptable. En primer lugar, sabían que El principito es, literalmente, inadaptable a la pantalla grande, de modo que no han pretendido seguir el libro a la letra; y, en segundo lugar, se habían dado cuenta de que El principito necesita un interlocutor ingenuo: en el libro el lector es cómplice del narrador; en su versión han desarrollado la historia de una niña moderna y competitiva que se prepara para ingresar en la prestigiosa Academia Werth. La presencia de un viejo, excéntrico y enigmático vecino, disfrazado de viejo aviador, la distrae continuamente. De pronto, con la niña, el público se interesa por ese viejo: ¿es posible que sea…?

La animación digital es un vehículo adecuado para esta historia: permite respetar el estilo de los ingenuos dibujos originales, sin que ello afecte negativamente al resto de la narración, y le da amplio margen para desarrollar ideas como ese campo de estrellas, el peluche del zorro, y tantos otros que han encontrado los guionistas.

La historia respeta el espíritu del original y sus críticas a la ambición, la codicia y el afán de triunfar a toda costa, junto con la sensibilidad ecológica y la capacidad de mirar a los demás no han perdido nada de su actualidad. Solo chirría un poco el penúltimo tramo, el único verdaderamente propio de nuestros guionistas, que no llega a la altura del autor original. En fin, una buena película y buen homenaje a la obra maestra de Saint-Exupéry.

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