Los guionistas de Transformers y Star Trek se unen al de la serie Perdidos para escribir un western con marcianos, dentro de la moda de los cacharritos y alienígenas que ha inundado el cine norteamericano. El director de Iron Man, quién si no, es el realizador, por aquello de la metalurgia. Parece asombroso que hagan falta seis guionistas para adaptar un cómic de Scott Mitchell Rosenberg.

El resultado es bastante anodino, a pesar de contar con un reparto llamativo y abundancia de medios (el presupuesto supera los 160 millones de dólares). La acción se desarrolla en Arizona en 1873 y empieza cuando un vaquero solitario aparece con un extraño brazalete y sin recordar quién es y qué hace allí.

Hay tiros y peleas y un montón de lugares comunes del género en una historia contada de manera elemental, sin chispa, como si todo el mundo estuviese deseando terminar para hacer algo de provecho.

La película, que lleva recaudados 110 millones, es mala hasta decir basta: la comparas con los últimos buenos westerns y sientes vergüenza ajena. Tanta, como la de volver a ver a Harrison Ford hacer el ridículo en un papel histriónico.

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