Las revelaciones sobre la “trama rusa” para influir en la opinión pública en EE.UU. muestran que las redes sociales son inevitablemente manipulables, y que la inteligencia artificial no va a arreglar el problema.
A las grandes empresas de tecnología, sobre todo Google y Facebook, se les piden cuentas por prácticas anticompetitivas, enganchar a jóvenes y difundir bulos.
El acceso temprano al móvil puede poner a niños y adolescentes bajo las mismas presiones que soportan los adultos, además de modificarles sus hábitos y su percepción de la realidad.
Ya pasó la época del optimismo ingenuo con respecto al impacto de las redes sociales en la política. Nos alejan de la opinión ajena, además de propiciar ecosistemas hostiles hacia “el que está fuera” de nuestro grupo.
El mecanismo de selección de noticias de la red social y su escasa inversión en personal y tecnología para revisar contenidos, no respaldan su intención de combatir las “fake news”.
Internet se ha convertido en un servicio excesivamente personalizado, según Pariser, y los usuarios corren el riesgo de encerrarse en la burbuja de sus intereses y preferencias.
Al principio, las alumnas acogieron mal que se les restringiera el uso de dispositivos móviles, pero han acabado reconociendo que es beneficioso para ellas.
Evan Williams, artífice de Blogger, Twitter y Medium, ya no considera que la red sea un espacio que, por sí mismo y necesariamente, pueda llevarnos a un mundo mejor.
Las grandes plataformas digitales prometen combatir los bulos, pero no está claro el límite entre defensa de la verdad y censura, y además se reclama más transparencia a las redes sociales.
Ante la sutil adicción que genera la hiperconexión digital, enseñar a usar adecuadamente el móvil y otras pantallas es el propósito de algunas iniciativas.
Martin Baron, director de “The Washington Post”, sostiene que, para sobrevivir, los medios tradicionales deben abrazar el cambio tecnológico y escribir buenas historias.