Callie y sus dos hijos adolescentes, Trevor y Phoebe, viajan a Summersville –un pueblo perdido en Oklahoma-– para hacerse cargo de la pobre granja de su padre, un viejo excéntrico que los abandonó hace mucho tiempo y acaba de fallecer. Mientras Trevor se dedica a flirtear y a reparar el viejo Cadillac de su abuelo, Phoebe detecta fenómenos extraños en la casa y encuentra un aparato que recuerda a una trampa para fantasmas.
No hace falta conocer la historia original para disfrutar o seguir esta trama. Estamos ante una película heredera del cine de aventuras de los ochenta, dirigida por Ivan Reitman, hijo del director de los primeros Cazafantasmas, con guión suyo y de Gil Kenan (Monster House). La película supera a la original en la que se inspira y a la que sigue a golpe de guiños y anécdotas bien dosificados, empezando por el vídeo en que se ve a los tres protagonistas de la primera película, hasta la canción Ghostbusters, pasando por el lanzarrayos. El tono de la historia es más serio que el de la disparatada película de 1984, una aventura juvenil parecida a la de Los Goonies. Los protagonistas son los jóvenes. Uno de ellos, Trevor, se dio a conocer en la serie Stranger Things.