Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 16/15

Vibrante película que llega a los 50 años de las históricas marchas de Selma a Montgomery (Alabama), para reclamar el efectivo derecho de los negros al voto en EE.UU.

Aun reconociendo lo justo de la demanda, el presidente Lyndon B. Johnson no quiere tomar ese toro por los cuernos y legislar, sobre todo cuando tiene en la mesa otros graves problemas de los cuales no es el menor la Guerra de Vietnam. Martin Luther King, recién laureado con el Nobel de la Paz, establecerá en Selma la base de operaciones de esta nueva lucha pacífica. Mientras, el gobernador del estado, George Wallace, no quiere dar su brazo a torcer, e incluso recurre a la violencia, y el FBI de J. Edgar Hoover espía los movimientos de King, aireando sus problemas conyugales.

Buena muestra de cine histórico, que evita los clásicos buenismos en que resulta fácil caer al retratar a gigantes en la lucha por las libertades. La afroamericana “indie” Ava DuVernay maneja bien el sólido guion del primerizo Paul Webb, que combina los tintes épicos de escenas de muchedumbres, o la brutalidad de la represión, con el intimismo entre los personajes y la soledad del líder, con un hogar erosionado y al que sostienen su unión con Dios y la convicción de que su causa es justa. Aquí se hace justicia señalando que líderes religiosos de distintas confesiones se adhirieron a la marcha. Pero en cuanto al rigor histórico, hay quien considera que se arroja una imagen algo negativa del presidente, pragmático y complaciente con los métodos de Hoover.

Esta es una de esas películas que merecería un premio al conjunto del reparto: todos los actores insuflan alma a sus personajes, hasta los de presencia mínima, como las niñas del atentado contra una iglesia en Birmingham. Aunque por supuesto sobresale David Oyelowo, que entrega a un inolvidable Martin Luther King.

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