Sudáfrica, en un futuro no muy lejano. Los agentes de la policía han sido sustituidos por sofisticados robots fabricados por una gran corporación, y que han logrado dejar los niveles de criminalidad en mínimos históricos.
Entre los ingenieros de diseño hay dos escuelas: los que desean avanzar en inteligencia artificial, creando algo muy parecido a los humanos, representados por el joven Deon (Dev Patel); y los que creen que esto no es posible y que la máquina debe estar controlada por el hombre, visión sostenida por Vincent (Hugh Jackman). La creación de Chappie con material de desecho por parte de Deon, forzado por unos delincuentes cochambrosos que deben satisfacer la deuda de un matón, da como inesperado resultado un robot con sentimientos y una gran inocencia, capaz de despertar incluso inclinaciones paternas y maternas en quienes le querían como instrumento para sus innobles metas.
Con District 9 el cineasta sudafricano Neill Blomkamp sorprendió: su modo de abordar la ciencia ficción era visualmente original y ofrecía algunos apuntes sociales con un peculiar sentido del humor. Con Elysium se pudo ver que su discurso tal vez era algo limitado, impresión confirmada por Chappie, que sabe sacar poco jugo a la cuestión que tanto juego ha dado en el fantástico de robots y máquinas que acaban siendo más humanos que los humanos. Su modo de abordar el tema es poco coherente desde el punto de vista narrativo, de modo que vacía de contenido cuestiones sobre la inmortalidad, la corporalidad, la conciencia, el alma, hasta ofrecer un desenlace decididamente insatisfactorio, casi una broma.
Algunos aciertos parciales –la increíble integración de los robots digitales en un entorno realista, empezando por el estupendo Chappie–, o el desarrollo de los “papás” de la criatura, encarnados por dos desconocidos con talento natural, Ninja y Yo-Landi Visser, no bastan para paliar el mentado caos, o la pobreza de los personajes de Dev Patel, Hugh Jackman y Sigourney Weaver.
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