El director británico James Marsh ha demostrado su solvencia en diversas ocasiones, como con su película La teoría del todo. Igual que aquella, esta también se basa en un personaje real, concretamente en Donald Crowhurst (Colin Firth), un padre de familia al que le iba mal su empresa de complementos náuticos. Seducido por el premio económico, decide participar en la vuelta al mundo en velero que organiza el semanario Sunday Times.

La película nos hace empatizar con un hombre de clase media, marido y padre ejemplar, que para conservar el bienestar de los suyos se ve en la tesitura de cruzar líneas rojas de no retorno, y queda atrapado entre su conciencia y su amor propio. No parece caprichoso relacionar esta película con Un hombre para la eternidad, de Fred Zinnemann. Se ilustra en ambas, de forma complementaria, lo aparentemente banal que puede resultar cruzar el límite de nuestra conciencia, y las terribles consecuencias interiores –que no exteriores– que ello puede conllevar. Si el personaje de Tomás Moro explica cómo el agua que se escapa entre sus dedos sería su alma si aprobara el matrimonio del rey, el personaje de Crowhurst tendrá que experimentar de facto cómo se le va el alma entre los dedos hasta no quedar nada.

Este sinsabor o sabor nihilista se compensa con el personaje de su esposa, interpretado por la fascinante Rachel Weisz. Toda una lección de amor de una mujer que apoya a su marido a pesar de las dudas, que se traga sus miedos por amor a su familia, y que perdona salvando siempre lo más noble de su esposo. Un océano entre nosotros es, en muchos aspectos, una obra convencional, pero al tratarse de un conflicto moral y, por tanto, de una película de personajes, y estar sostenido por brillantes interpretaciones, gana puntos a medida que avanza.

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