En un futuro no demasiado lejano, la ingeniería genética ha logrado detener el envejecimiento a los 25 años. Pero hay un problema: cumplidos los 25, a cada persona se le concede solo un año de vida; a partir de ese momento hay que conseguir tiempo. El tiempo es la moneda de pago: horas, días, meses cambian de mano; se trabaja a cambio de tiempo, hay bancos de tiempo, también hay policía del tiempo y criminales de tiempo. Hay ricos que gozan, ociosos, de una cuasi inmortalidad, y pobres que mendigan unos minutos.

Niccol, uno de los guionistas y directores más originales (El show de Truman, Gattaca, S1m0ne), vuelve a utilizar la ciencia-ficción para tratar temas de gran calado –los porqués y los cómos de la vida y la muerte– y otros más pegados a la realidad, como la crisis económica. El envoltorio futurista y la metáfora sobre el tiempo contienen un grito mucho más radical que el de los documentales sobre la crisis, de Michael Moore y de otros realizadores.

El guión desarrolla con lógica la metáfora del tiempo y llena de sentido expresiones como “perder el tiempo”, “(no) tener tiempo”. Al principio aborda el tema de qué hacer con la vida, su sentido y su duración. Pero una vez esbozada, la historia se centra en la cuestión social y en ofrecer un buen espectáculo de aventuras: una pareja moderna protagonizada por dos actores con tirón en la taquilla, persecuciones y acción.

Tras un arranque muy prometedor, la cinta sabe a poco. Creo que, sin las referencias a la vigente crisis económica, Niccol habría desarrollado más y mejor los grandes temas de la historia: el sentido de la vida y el uso del tiempo.

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