Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 32/12

La película precedente, The Amazing Spider-Man, hizo caja en verano de 2012, vaya si la hizo: 752 millones de dólares. Su director, Marc Webb [(500) días juntos], repite con la pareja protagonista, aunque cambia de guionistas, que ahora son los autores de series como Alias, Fringe, Sleepy Hollow, y de películas como Transformers, Star Trek, Cowboys & Aliens, La isla, etc.

Lo del aguante y la rentabilidad de los superhéroes de Marvel es verdaderamente llamativo. Porque The Amazing Spider-Man y esta segunda parte lo que hacen es volver a contar la historia de Spiderman que el cine había contado no hacía mucho tiempo (las tres entregas originales –en 2002, 2004 y 2007– recaudaron 821, 783 y 890 millones de dólares, que hacen la bonita suma de 2.494 millones).

Webb ha vuelto a contar con un presupuesto tremendo (250 millones) para entregar un episodio del tebeo que los espectadores ya conocen sustancialmente: cambia el villano, pero lo demás no. Lo hace con oficio, sin especial brillantez. Hay esa cuota de guasa del personaje, sin duda el más simpático de los creados por la factoría Marvel.

Los 142 minutos pesan como una losa, especialmente en el espeso final. Los guionistas son los reyes del cacharreo chisporroteante, con coches saltando por los aires y edificios desplomándose, y parecen temerosos de tener demasiado rato a Peter Parker sin máscara y con ropa de calle, así que han dispuesto largas secuencias de acción volatinera. Que los actores protagonistas son novios desde 2011 se nota en cada plano y tiene su encanto. Una película de si te vi, no me acuerdo o te confundo. Gustará a los nuevos reemplazos de adolescentes que en 2002 tenían de 0 a 4 años.

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