Misión: Imposible 2

TÍTULO ORIGINAL Mission: Impossible 2

DURACIÓN 127 min.

DIRECCIÓN

GÉNEROS

PÚBLICOJóvenes-adultos

En cierta medida, el cine es espectáculo, evasión, entretenimiento… Pero, cuando los personajes de una película son monigotes desalmados (es decir, sin alma), me siento incapaz de reír, llorar, asustarme, conmoverme, por mucha trepidación y ruido que me escupa la pantalla. Por eso, sólo he vibrado con Misión: Imposible 2 en la segunda secuencia y en la última, que muestran a Tom Cruise, él solo, sin dobles, escalando una espeluznante montaña y protagonizando una espectacular persecución de motos.

En realidad, el filme no es más que un aparatoso vehículo para el lucimiento de Cruise, su productor y protagonista. Se ve que el actor está dispuesto a todo para recobrar su condición de héroe popular, tras años de vacas flacas, en los que, sin embargo, ha demostrado sus dotes dramáticas en Eyes Wide Shut y Magnolia. Así, vuelve a encarnar al agente secreto Ethan Hunt, enfrentado esta vez con un matón que pretende enriquecerse con un virus letal y su antivirus. Le ayudará una bella ladrona negra, de la que se enamora en el minuto uno.

El guión del veterano Robert Towne, además de vacío, confuso y poco original -es una mala copia de los films de James Bond- cae en el ridículo en su insistente recurso a las caretas y en su esperpéntica recreación de la Semana Santa sevillana, con falleras al frente de las procesiones, pamplonicas como costaleros y hogueras como destino de los pasos. Por su parte, John Woo (Blanco humano, Cara a cara) se aleja de la intriga a lo Hitchcock que planteó Brian de Palma, e intenta sin éxito enriquecer con el tópico drama romántico-sexual la sucesión de violentísimas escenas de acción a cámara lenta, su sello distintivo. Estas tienen vigor, pero resultan cargantes y, además, ya han sido superadas en Matrix por los hermanos Wachowski, aventajados discípulos de Woo. Queda así un producto solo adecuado para atiborrarse de palomitas.

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