Director: Peter Jackson. Guión: Frances Walsh, Philippa Boyens, y Peter Jackson. Intérpretes: Elijah Wood, Miranda Otto, Ian McKellen, Viggo Mortensen, Sean Astin, Liv Tyler, Cate Blanchett, John Rhys-Davies, Andy Serkis. 179 min. Jóvenes.

Tras varios años de arduo trabajo, el neozelandés Peter Jackson (Mal gusto, Criaturas celestiales, Agárrame esos fantasmas) ha culminado, con una calidad media altísima, su sueño de llevar al cine El Señor de los Anillos, la popular trilogía fantástica imaginada por el inglés J.R.R. Tolkien (ver servicios 172/01 y 172/02). En esta entrega final, Frodo, Sam y Gollum avanzan hacia la guarida de Ella-la-Araña en un clima de creciente desconfianza, por efecto del Anillo. Mientras tanto, Aragorn y el rey Théoden organizan los ejércitos de Rohan y de otras comarcas humanas, para poder acudir en ayuda de Minas Tirith, hacia la que avanzan las crueles y numerosísimas tropas de Saurón. Hasta la impresionante ciudad se adelantan Gandalf y Pippin, para coordinar la defensa y sacar de su loca postración al senescal. El futuro de la Tierra Media se decidirá pues entre los amplios campos de Pelennor, que rodean Minas Tirith, y las siniestras escarpaduras del Monte del Destino.

Habrá quien critique a Jackson por suprimir pasajes de la novela -como la estancia en las Casas de Curación-, por introducir singulares golpes de humor o por cargar un poco la mano en la crudeza de las batallas. Y, ciertamente, se aprecian algunas caídas de intensidad y varios alargamientos innecesarios en las constantes acciones paralelas del episódico guión. Sin embargo, todos ellos son defectos menores y casi justificables en un film obligado a mantener la misma vibración en pasajes tan diversos como la Batalla de los Campos de Pelennor -impresionante en todos los sentidos-, el angustioso calvario de Frodo y Sam con Gollum y el Anillo a cuestas, o en el místico y agridulce desenlace.

En realidad, Jackson ha preferido asegurar la emotividad específica de cada pasaje, aunque sea debilitando un poco la continuidad narrativa. Y ha optado por rebajar el heroísmo épico de personajes como Aragorn o Légolas -de perfiles más arquetípicos-, con el fin de exaltar sobre todo la nobleza de los héroes más cercanos y vulnerables, los hobbits, que al fin y al cabo eran los favoritos del propio Tolkien. En este sentido, el personaje de Sam -magnífico Sean Astin- crece hasta cotas insospechadas; de modo que su inquebrantable lealtad a Frodo lo eleva a la misma grandeza moral de Arwen, que renuncia a la inmortalidad por amor a Aragorn.

Se salva, en fin, lo esencial de la obra de Tolkien, todo un tratado de antropología y ética, en el que hay héroes tan frágiles como Frodo y malvados tan patéticos como Gollum; en el que la avaricia y el afán de poder convierten a los hombres en bestias; y en el que el espíritu de sacrificio, la generosidad y la valentía transforman radicalmente la faz de la tierra.

Jerónimo José Martín

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