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El Rey León

Scar, hermano del rey león Mufasa, no ve con buenos ojos la presentación en Pride Rock, ante el resto de animales, de Simba, cachorro que un día accederá al trono. Pero ve su oportunidad de usurpar el poder, permitiendo la muerte de Mufasa, y haciendo que Simba se sienta culpable y se exilie.

Este conocerá entonces la filosofía de restar importancia a las cosas: hakuna matata, gracias a sus nuevos amigos Timón y Pumba. Pero ello le hace eludir sus responsabilidades, que finalmente debe afrontar; el “ciclo de la vida” sigue.

Disney sigue empeñado en rehacer sus clásicos animados con actores de carne y hueso, o con técnicas digitales fotorrealistas, que permiten crear animales que parecen de verdad. Lo hizo Jon Favreau en El libro de la selva, y repite faena en la nueva versión de El Rey León. Y sigue funcionando a la perfección la trama de resonancias shakespearianas, aunque no deja de resultar chocante que se atribuya el guion a Jeff Nathanson, que nada tuvo que ver con el original, donde llegaron a estar acreditadas más de una veintena de personas.

¿Pegas? La escasa capacidad de riesgo, pues se repite casi al milímetro el esquema existente, incluida la estupenda partitura de Hans Zimmer y canciones de Elton John. Sí, la cinta animada estaba muy lograda, y podría uno pensar que “los experimentos, con gaseosa”; pero es que no hay ni un atisbo de probar algo distinto: impera la idea de que bastante se hace mostrando animales tan convincentes (lo que curiosamente, no es del todo cierto, al menos en el arranque, donde se nota el pincel digital).

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