Resumiendo la trama central al máximo, Bradley Cooper encarna a Rory Jansen, joven y ambicioso escritor que, falto de inspiración y de dinero, acaba publicando con su nombre un viejo manuscrito que encuentra en una tienda de antigüedades. Tras la publicación –un gran éxito–, un anciano (Jeremy Irons) le aborda, le cuenta que él es el autor de su novela, y le desvela los hechos reales que motivaron aquel relato. Todo ello provocará una reflexión sobre el precio del éxito.
El ladrón de palabras es la primera obra que escriben y dirigen Brian Klugman y Lee Sternthal, que han hecho de todo entre bastidores en el mundo del cine. Se han lanzado con entusiasmo a una obra compleja, que quiere ser profunda, pero no lo consigue. El tema de la creación literaria no es novedoso: ha sido llevado a la pantalla muchas veces, y resulta fácil repetir clichés, cosa que estos dos autores hacen. Por lo demás, hay que reconocer que un gran reparto, los escenarios que van del París de la posguerra a la Nueva York moderna, discusiones sobre verdades y mentiras, y sobre la realidad y la ficción, hacen que esta historia resulte agradable de ver e invite a alguna pequeña reflexión.