Los Ángeles, marzo de 1928. Christine Collins es una madre soltera, que trabaja de sol a sol como operadora telefónica para sacar adelante a Walter, su hijo de nueve años. Un día, cuando vuelve de la agotadora jornada, no hay rastro del muchacho. Angustiada recorre todo el barrio, y denuncia el caso. Walter seguirá en paradero desconocido cinco meses, hasta que la policía anuncia que ha dado con él. Pero el reencuentro entre Christine y su hijo no es como ella esperaba.

Impactante película, que sobrecoge aún mas cuando se sabe que está basada en hechos reales. El guionista J. Michael Straczynski rescata y convierte en libreto un caso que ocupó las páginas de la prensa angelina de 1928, y que había quedado sepultado en el olvido. Y el gran Clint Eastwood lo convierte en cine estupendo, de maravilloso clasicismo, por el ritmo, planificación, movimientos de cámara y perfecta paleta de colores. Resulta asombrosa la madurez narrativa alcanzada por Eastwood director, quien hace que parezca fácil lo difícil. Cuenta, es cierto, con un buen guión, y con una actriz, Angelina Jolie, capaz de encarnar de modo convincente el mal trago que está pasando una madre. Pero es él quien sabe manejar los medios de que dispone para componer un cuadro donde se entienden bien los deseos de un niño por escapar de la miseria, o donde causa pavor el grado de podredumbre en los estamentos policial, político, e incluso médico.

Dentro de una situación más o menos sencilla de exponer, se despliegan personajes y situaciones sin que nunca dé la sensación de que se acumulan desordenadamente: el jefe de la operadora telefónica, enamorado en secreto; el pastor presbiteriano, John Malkovich, aliado de Christine; el insensible e interesado jefe de policía; el agente honesto que hace bien su trabajo; el psicópata incomprensible; la prostituta recluida en el psiquiátrico… Estos personajes y su entorno configuran un cuadro muy vivo, con momentos electrizantes, como el encuentro en la galería de la muerte, o la entrevista del policía y el niño. Incluso Eastwood sale indemne de pasajes que se prestan al tópico, como los del manicomio; lo que no está reñido con las cosas pequeñas: ese detalle delicioso del jefe que invitará a cenar a su empleada si gana el Oscar Sucedió una noche, guiño capriano muy consciente del film.

El tema de la infancia arrancada de cuajo no es ajeno a Eastwood, quien lo abordó con tono fatalista en Un mundo perfecto y Mystic River. Quizá aquí la sorpresa, con respecto a esos y a otros títulos de su filmografía, es un inesperado optimismo, una apertura a la esperanza, porque aunque a Christine le toca sufrir, sobrelleva la situación con gran presencia de ánimo, y sabe reconocer los rayos de luz que asoman en su camino.

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