Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 72/14

Año 2024. Thomas (Dylan O’Brien) es un adolescente que se ve atrapado con otros chicos –todos varones y amnésicos– en El Claro, un limitado espacio boscoso rodeado por un laberinto móvil de hormigón dentro del cual habitan unos misteriosos monstruos. La inquietante rutina del lugar se rompe cuando Thomas desafía las normas establecidas y decide investigar el laberinto en compañía de Minho (Ki Hong Lee), un corredor que lleva meses explorándolo y se lo conoce como la palma de su mano.

El técnico de efectos visuales estadounidense Wes Ball debuta brillantemente en el largometraje con esta sólida adaptación del primer libro de la popular tetralogía literaria juvenil, iniciada por su compatriota James Dashner en 2009. Se trata de una inquietante distopía, cercana en sus planteamientos básicos a las sagas Los Juegos del Hambre y Divergente, pero que los enriquece con eficaces elementos de intriga y drama, similares a los desarrollados en Cube, El Show de Truman, El señor de las moscas o la serie televisiva Perdidos.

Los jóvenes actores cumplen con creces, sobre todo Dylan O’Brien. El guion depara ciertas reflexiones antropológicas de interés sobre el liderazgo, la solidaridad y la fragilidad humana, y el angustioso desenlace queda abierto para la continuación. Un sabroso entretenimiento para casi todos los públicos, al que solo cabe reprochar alguna secuencia de acción un tanto confusa y un par de excesos sanguinolentos.

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