Basada en hechos reales, la película narra el enfrentamiento por el campeonato mundial de ajedrez entre el aspirante estadounidense, el genial, excéntrico y desequilibrado Bobby Fischer, y quien ostenta el título, el ruso Borís Spasski. Ello ocurre en Reikiavik, la capital de Islandia, en 1972, en plena guerra fría, de modo que la lucha cobra un claro simbolismo y acapara la atención de la opinión pública mundial. La fragilidad mental de Fischer queda explicitada en el acertado título original –“Sacrificio de peón”–, alusivo a la disposición de algunos a considerarle como pieza prescindible en el tablero de la escena internacional, cara a asegurar por encima de todo la victoria de Estados Unidos sobre la Unión Soviética.

Como se ve, la trama no puede ser más apasionante –incluso inspiró otro filme de ficción que no cuenta la vida del ajedrecista, En busca de Bobby Fischer–, y plegarse a lo que ocurrió es suficiente para asegurar una película que atrape. Esto hace en gran parte el guion de Steven Knight, que maneja un director al que le gustan las historias de corte épico, Edward Zwick (Tiempos de gloria, El último samurái). Así, el dramatismo de las partidas funciona muy bien, aunque por desgracia hay algo de brusquedad tras el discurrir de las primeras, que precipitan un final muy abrupto.

Tobey Maguire, productor y protagonista, compone bien a Fischer con sus rarezas y exigencias, mientras que su némesis, Liev Schreiber, entrega un meritorio Spasski, incluido su esfuerzo por hablar en ruso. En cambio, otros personajes saben a poco: el espectador se queda con ganas de saber más del abogado Paul Marshall (Michael Stuhlbarg) y del sacerdote Lombardi (Peter Sarsgaard), que ejercen como manager y consejero ajedrecístico de Fischer, y de la madre comunista y la hermana del jugador, de las que apenas se nos ofrecen unos apuntes que ayuden a hacernos una idea del entorno familiar en que ha crecido.

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