Dune

PÚBLICOJóvenes

CLASIFICACIÓNViolencia

ESTRENO17/09/2021

Actualización 28-03-2022:
Oscar a los efectos visuales, fotografía, diseño de producción, montaje, banda sonora y sonido

Antes de convertirse en el acontecimiento cinematográfico de la temporada, Dune fue primero una novela mítica, escrita por Frank Herbert en 1965 y, después, una película maldita. En 1975, el inclasificable cineasta chileno Alejandro Jodorowsky presentó a varias productoras un detallado proyecto de una adaptación de Dune que, según él, iba a cambiar el mundo del cine. Se trataba de una apuesta arriesgadísima que contaba con el apoyo –y la aparición– de, entre otros, Orson Welles, Mick Jagger y Salvador Dalí. La banda sonora sería de Pink Floyd y los efectos especiales de Dan O’Bannon, que era ya un clásico en el mundo de la ciencia ficción y terminaría escribiendo el libreto de Alien. La película nunca llegó a rodarse, entre otras cosas, por la idea de Jodorowsky de que durara “12 horas o las que fueran”, pero hay muchos que consideran que las ideas de esa Dune fallida marcaron para siempre el cine de ciencia ficción. En 1984, David Lynch adaptó Dune a la pantalla grande. El resultado fue un desastre lo que contribuyó a acuñar el malditismo de la obra.

Con estos antecedentes hay que reconocer la audacia del director franco-canadiense Denis Villeneuve, que ya había realizado dos importantes incursiones en la ciencia ficción: una brillante, La llegada, y otra notable, Blade Runner 2049. Dune cuenta una complejísima historia de poder entre familias de diferentes galaxias donde aparece la política, la religión o la ecología. Si tuviéramos que resumir la sinopsis en una línea diríamos que, en el año 10.000, un planeta desértico –Arrakis, también llamado Dune–, será el único lugar de la galaxia donde se puede encontrar la especia, un bien absolutamente necesario para el progreso y la supervivencia. Aunque más clave que la especia es la superación del miedo. O, mejor dicho, de los miedos. De ahí el carácter más filosófico de la historia.

La película se estrenó en el reciente Festival de Venecia con reacciones encontradas. Y las dos reacciones tienen su razón. Villeneuve ha rodado una película maravillosa desde el punto de vista de la producción. Es una obra que requiere la pantalla grande –cuanto más grande, mejor– para disfrutar de un mundo visual absolutamente subyugante: desde el impresionante desierto con sus monstruosos gusanos de arena, hasta las naves, el vestuario o la puesta en escena de los desfiles militares. La planificación y encuadres de Villeneuve, desde las escenas con centenares de extras hasta los diálogos íntimos entre madre e hijo, están cuidados al detalle. El universo que se despliega ante nuestros ojos es de una riqueza y una belleza apabullante. Y hablo de universo porque Dune, más que una película es eso, un universo visual y narrativo. Y, en ese aspecto, la película es muy fiel a la novela.

Y, al mismo tiempo, Dune –como el desierto de Arrakis–, es extremadamente ardua para el espectador. La frialdad de la narración, la falta de emoción de los personajes, el tempo lento e incluso la maravillosa pero atronadora banda sonora de Hans Zimmer, pueden tener el efecto de una apisonadora para el espectador que busque más una conexión emocional que racional y estética. Se podría decir que la fuerza visual e inmersiva de la imagen que Villeneuve ha proyectado es tan poderosa que se lleva por delante –también como los gusanos de arena– la narración, los personajes y las relaciones entre ellos e incluso la propia historia de las familias. Ante esta realidad, el espectador tiene dos opciones: o sumergirse en un mundo espectacular y disfrutar de lo que el cine puede llegar a expresar (aunque apenas conecte con la historia) o desesperarse durante 134 largos minutos.

Dicho con otras palabras, Dune es al mismo tiempo brillante y fatigosa, y probablemente su valor cinematográfico no sería el mismo si prescindiera de alguno de estos dos adjetivos.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

 

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