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En Blue Valentine, Derek Cianfrace demostraba una cierta capacidad para presentar un conflicto humano interesante –en ese caso la destrucción de una relación apasionada– y una notable incapacidad para desarrollarlo. Con todo, había estilo, cuidado de la forma y una pareja de buenos actores.

En Cruce de caminos, Cianfrace da un paso adelante. No solo presenta un tema de cierto calado –el del intento de redención de un hombre que se acaba de enterar que tiene un hijo y quiere formar una familia–, sino que lo desarrolla con lógica narrativa. Cianfrace se olvida aquí de los fuegos artificiales de su ópera prima y apuesta por un estilo visual más clásico. Divide la historia en dos partes –claramente descompensadas porque Ryan Gosling es mejor actor que Bradley Cooper– y apuesta por una estructura lineal. La película arranca bien y, aunque ni el conflicto principal ni los secundarios son originales, la trama mantiene el interés.

Pero la cinta tiene dos grandes problemas. El primero es un metraje claramente excesivo. Por otra parte, el pesimismo de Cianfrance cae como una losa en una película que no deja de ser, o querer ser, un drama de redención. Sin esperanza no hay posibilidad de cambio y, como ocurría en Blue Valentine, la mirada del director es tan sombría que el drama de redención se queda en drama, sin paliativos.

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