Un matrimonio estadounidense pasa unos días de vacaciones en Marruecos, una escapada para darse un respiro ante un amor que se ha enfriado. Una bala perdida alcanza a la mujer, y en su debate entre la vida y la muerte quizá se produzca la deseada aproximación. Pero esa misma bala tendrá un efecto disgregador en la familia del chaval marroquí que, de modo insensato pero sin malicia, ha efectuado el disparo.

Muy cerca de la frontera con México, en Estados Unidos, los dos hijos pequeños del mencionado matrimonio están al cuidado de su niñera mexicana. La llamada que anuncia una demora en su regreso supone un trastorno para la mujer, que debe asistir a la boda de su hijo en su país natal. Acabará yendo con los niños, lo que se traducirá en problemas en la frontera.

Finalmente, tercer escenario: Japón. Una adolescente sordomuda tiene problemas afectivos, agravados por la muerte de su madre y el alejamiento del padre; éstos le empujan al exhibicionismo sexual, un reclamo en su busca del calor humano que le falta.

Película caleidoscópica del tándem mexicano Alejandro González Iñárritu-Guillermo Arriaga («Amores perros», «21 gramos»). Trenza cuatro historias que discurren en distintos puntos del globo, más o menos interconectadas, que quieren subrayar aquello de que «el mundo es un pañuelo», y la respuesta de Mafalda en las tiras cómicas: «pues habrá que quejarse al lavadero». Film complejo, gran parte del mérito lo constituye la ágil estructura, los saltos fluidos de uno a otro hilo narrativo, y la creación de personajes humanos con problemas, encarnados por un maravilloso reparto. Los cineastas insisten en su cosmovisión fatalista, donde las cosas ocurren por caprichoso azar. Las personas son libres, parecen decir, pero sólo hasta cierto punto, algo externo las condiciona. En realidad esto es cierto en la ficción pergeñada por ellos, pues con cierto cinismo convierten a los personajes de condición humilde -la familia marroquí, la niñera- en las víctimas principales del destino, mientras que para los saludables representantes de la sociedad opulenta dejan abierta la puerta a la esperanza.

José María Aresté

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