Luces al atardecer

TÍTULO ORIGINAL Laitakaupungin valot

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Director y guionista: Aki Kaurismäki. Intérpretes: Janne Hyytiäinen, Maria Järvenhelmi, Ilkka Koivula, Maria Heiskanen. 80 min. Jóvenes-Adultos.

El realizador finlandés Aki Kaurismäki cierra su «trilogía de los perdedores» con una película sobre la soledad. Si «Nubes pasajeras»abordaba el drama del desempleo y «Un hombre sin pasado» recorría la vida de los sin techo, «Luces al atardecer» ensancha la metáfora para hablar de una pobreza quizás más dura y, probablemente, mucho más extendida.

Ahora el protagonista es Koistinen, el guardia de seguridad de un lujoso centro comercial, que se enamora de una rubia cínica y calculadora que le utiliza con fines miserables. El romántico idealismo de Koistinen choca, una y otra vez, contra la fría y despiadada realidad.

Kaurismäki vuelve a tallar una pequeña joya cinematográfica. En ochenta condensados minutos el director nórdico da un recital, no sólo de cine sino también de literatura; porque es literatura, y de la buena, los excepcionales -cortos pero excepcionales- diálogos. O el dominio de la narrativa, empeñada, en este caso, en llevar al lector/espectador adonde la lógica nunca le llevaría. O la profunda descripción de los personajes, desde Koistinen -una especie de príncipe Mishkin, dispuesto a sufrir lo que haga falta por encontrar el amor- hasta Aila, la discreta enamorada, dependienta del puesto de salchichas, pasando por la cínica rubia, un retrato magistral de «femme fatale»… que pasa la aspiradora en el piso de los gangsters.

Todo ello envuelto en un alarde de dominio visual y de ajustadísima planificación donde no falta ni sobra un detalle: basta echar un vistazo a la combinación de espectaculares contrapicados de la ciudad de Helsinki con las tomas cortas del apartamento de Koistinen o a los magistrales planos de un perro que, entre otras cosas, se merece un Oscar.

Como en el caso de «Un hombre sin pasado», además de las imágenes, habla la música y aquí el autor finlandés se atreve a abrir y cerrar su película -nórdica, insisto- con dos poderosos tangos de Gardel.

Frente a otros títulos de Kaurismäki, el tempo es un poco menos lento y el humor se ha sustituido por un mayor romanticismo y un poderoso optimismo: el que imprime la mirada indulgente de un cineasta dispuesto, como el protagonista de su película, a perdonar casi todo y a seguir esperando en el ser humano.

Ana Sánchez de la Nieta

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