George Steiner falleció el 3 de febrero de 2020, a los 90 años de edad, en Cambridge (Reino Unido)
(N. de la R., 4-02-2020)
George Steiner tiene una amplia obra que lo acredita como uno de los grandes intelectuales contemporáneos. Es defensor de la cultura occidental y testigo de su crisis, que interpreta como un intento fracasado de sustituir la religión por otros absolutos como fuente de sentido.
Desde los años sesenta a hoy, Steiner ha publicado más de treinta libros, casi todos muy sugestivos, abarcando una extensa gama de temas, generalmente con amenidad. Pero, teniendo que resumir, puede decirse que hay en él dos facetas principales: el de crítico literario y artístico, y el de filósofo-sociólogo con un interés predominante en analizar los avatares de la cultura occidental en los últimos siglos.
Tres lenguas maternas
George Steiner nace en París el 23 de abril de 1929, en una familia judía vienesa de buena posición económica (el padre era banquero), que emigró a Francia en 1924 por justificado miedo a la evolución del nazismo. Sus tres lenguas “maternas” fueron indistintamente el francés, el alemán y el inglés, a las que después añadió el italiano. Cuando, empezada la guerra, el nazismo se hizo con gran parte de Europa, la familia emigró a Estados Unidos y se estableció en Nueva York, donde Steiner prosiguió sus estudios secundarios en el Liceo francés, teniendo como maestros, entre otros célebres, a Étienne Gilson y a Jacques Maritain.
Estudió luego en la Universidad de Chicago. Se trasladó a Londres, donde encontró trabajo en The Economist (1952-1956). De nuevo en Estados Unidos, es profesor en la Universidad de Princeton hasta 1961, cuando va a Inglaterra y enseña en Cambridge hasta 1974. En ese año se va a vivir a Ginebra y enseña en su Universidad hasta 1994. En 1994-1995 impartió clases en Oxford, y en 2001-2002, en Harvard. Es doctor en Literatura y Filosofía por Oxford. Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, 2001.
Crítico de arte
Steiner ha escrito páginas clarificadoras sobre el lenguaje musical y comentarios lúcidos sobre algunas obras de arte, pero su tarea crítica es fundamentalmente de textos literarios, lo que le ha llevado también a tratar el tema filosófico predominante en el siglo XX y hasta hoy: la naturaleza del lenguaje y las conexiones entre lenguaje y ser. (Es un lector atento de Heidegger, al que no le perdonó su silencio, después de 1945, sobre la Shoa).
“La ‘cuestión de Dios’ ha sido lo que hasta hace muy poco ha estimulado en buena medida lo más grande del arte”
Sus opiniones son llamativamente valiosas a la hora de entender mejor a autores como Dante. “Dar sustancia a la sombra: este es evidentemente el arte insuperable de Dante”. “Una centralidad como la de la poética de lo trascendente en Dante y su desarrollo del lenguaje no se ha vuelto a repetir nunca” (Gramáticas de la creación, 2001). Lo mismo en el caso de Shakespeare, Marlowe, Goethe, Kafka, Nabokov, Borges, Joyce, Proust, Racine, Beckett y, en realidad, de casi todos los importantes de la literatura occidental, empezando, sin duda, con Homero (Homer in English, 1998), y refiriéndose continuamente, con toda razón, a la perennidad de Platón. En cambio, parece conocer menos la cultura española, y Cervantes solo aparece incidentalmente.
Una de sus primeras obras es Tolstói o Dostoievski (1960), donde se decanta a favor del segundo, reconociendo al primero toda su grandeza. A la vez, un poco al estilo de Borges, llama la atención la trascendencia que otorga a autores a los que no se suele atribuir tanta influencia. Un ejemplo es Oscar Wilde: para Steiner, “es una de las verdaderas fuentes del espíritu moderno” (Extraterritorial, 1972). Otro: considera a Paul Claudel, tal olvidado hoy, junto con Bertolt Brecht, los dos mejores dramaturgos del siglo XX.
La poesía, cantada o no, es conocimiento, a veces más profundo o igual que cualquier formulación filosófica. Y aquí, una vez más, la singularidad de sus juicios: “¿Hay algo que exprese el movimiento final de la Fenomenología de Hegel mejor que el non de non de Edith Piaf, una doble negación que Hegel habría estimado?” (La poesía del pensamiento, 2011).
Descubre en san Agustín clarividencias que solo se harían patentes en el siglo XX. Por ejemplo, en el análisis del lenguaje: “A través de las palabras no aprendemos más que palabras (verbis igitur nisi verba nos discimus). Los deconstruccionistas y los posmodernos son agustinianos sin fe” (Lecciones de los maestros, 2004).
Steiner ensancha y alarga la crítica artística, una tarea esencial, aunque solo fuera para contrarrestar la inanidad y la superficialidad de no pocos de los críticos del momento, casi siempre sometidos a presiones de marketing, urgidos por la visión solamente comercial de no pocas empresas editoras. Su trabajo en literatura comparada es probablemente lo mejor de su obra. Pero no se ha limitado a eso.
Crisis cultural de Occidente
Steiner ha escrito mucho, desde diferentes enfoques, sobre la crisis de la cultura en Occidente, acuñando el término de “poscultura”, que no ha tenido demasiado eco, quizá porque se ha abusado mucho de ese prefijo en los últimos tiempos. (Poner a casi todo un “pos” delante llega a cansar).
Como tantos otros en la posmodernidad, Steiner toma nota de la insuficiencia de la Ilustración y de la razón secular, así como de la caída del mito del Progreso. Y da por sentada, también, la “apreciable decadencia del papel desempeñado por los sistemas religiosos formales, por las iglesias, en la sociedad occidental” (Nostalgia de lo absoluto, 1974).
A partir de ahí entiende la historia de los últimos ciento cincuenta años como intentos de llenar el vacío que deja la religión. Y en esos intentos se construyen “mitologías”. “Cuando consideramos el marxismo –escribe en ese mismo libro–, cuando consideramos los diagnósticos freudiano o junguiano de la conciencia, cuando observamos la explicación del hombre ofrecida por lo que se llama antropología estructural, lo vemos como una totalidad, como imágenes simbólicas de sentido, con sensibles huellas del pasado teológico”.
Con Karl Popper, considera tanto el marxismo como el psicoanálisis de Freud “pseudociencias”. Y lo mismo valdría para la antropología estructural de Lévi-Strauss. Freud anhelaba una confirmación clínica o experimental de sus intuiciones, pero no la ha habido. El estudio de la mente ha ido por caminos muy distintos. (En esa escasa estima por la pretendida ciencia psicoanalítica, Steiner coincide con escritores como Elias Canetti o Karl Kraus y filósofos como Heidegger o Wittgenstein). Lévi-Strauss se apoya, lo dice él mismo, en Marx y Freud para mejorarlos, pero en definitiva lo que crea es otra mitología.
Vuelta de lo irracional
Steiner ha anotado, como pocos otros, la extensión de la credulidad: “Nuestro clima psicológico y social es el más infectado de superstición y de irracionalismo de todo tipo, desde el declinar de la Edad Media y quizá incluso desde la crisis del mundo helenístico”. Astrología, creencias en ovnis, videntes de todo tipo, precepción extrasensorial, “la basura satánica se expande ahora en libros y revistas”, orientalismo, gurús, meditación zen… “La vuelta de lo irracional es un intento de llenar el vacío dejado por la (falta) de religión”.
Para Steiner, la cultura clásica predominante hasta bien entrado el siglo XX, considerada superior a las demás, hace crisis desde dentro, rechazada o maltratada por los mismos occidentales. Esos críticos están “aquejados de un neoprimitivismo o un masoquismo penitencial”. De ahí, se podría añadir, lo de deconstrucción, contracultura, posthumanismo, posverdad. Sin caer en la cuenta de que “poner todo patas arriba” puede ser una nueva forma de formalismo. Y que, en definitiva, cosas como “posverdad” son parásitas de la verdad.
Steiner concluye que la base de un nuevo rebrote de cultura occidental ha de ser religioso, como postulaba T.S. Eliot. Pero se distancia del poeta inglés al sostener que el cristianismo ya no puede servir por “su implicación harto ambigua en el Holocausto”. Yo le preguntaría: ¿el cristianismo, en todo el mundo, como un todo? ¿Cada cristiano? Aquí, como diré luego, Steiner sucumbe a la falacia de la generalidad. Si cada individuo es solo responsable de sus propias acciones, ¿cómo puede hablar en nombre de la conciencia del otro, de millones de otros? Una generalidad, la de Steiner, igual de prejuicial que eso de que “los judíos mataron a Cristo”.
Llevo leyendo a Steiner desde hace muchos años y cada vez que me encuentro con afirmaciones de ese tipo sobre el cristianismo (que entiendo como la fe de millones de cristianos, cada uno con sus circunstancias particulares e intransferibles), me chirría. Me pregunto cómo una persona capaz de análisis tan sutiles puede ser en este asunto tan simplista.
Steiner toma nota de la insuficiencia de la Ilustración y de la razón secular, así como de la caída del mito del Progreso
Una religión “sui generis”
La religión sui generis que idea Steiner se expresa en afirmaciones como que “lo que es central en una verdadera cultura es cierta concepción de las relaciones entre el tiempo y la muerte individual”. Como decir que la muerte individual está teñida de “una aspiración a la trascendencia”, eco de esa “nostalgia de lo absoluto” de otro de sus libros.
En Presencias reales (1989) afirma: “Según esta conjetura, ‘Dios’ es, pero no porque nuestra gramática esté gastada [se refiere a una conocida frase de Nietzsche], sino que, por el contrario, esta gramática vive y genera mundos porque existe la apuesta a favor de Dios”. Sigue todo el libro, muy jugoso, pero este apunte solo aparece de nuevo hacia el final: “Lo que afirmo es la intuición según la cual donde la presencia de Dios ya no es una suposición sostenible y donde Su ausencia ya no es un peso sentido, y, de hecho, abrumador, ya no pueden alcanzarse ciertas dimensiones del pensamiento y la creatividad”.
Es una de las ideas que repite en muchos de sus libros: “La ‘cuestión de Dios’, de la existencia o inexistencia de Dios, y los intentos de dar a esta existencia ‘una morada y un nombre’ ha sido lo que hasta hace muy poco ha estimulado en buena medida lo más grande del arte, la literatura y las construcciones especulativas. Ha proporcionado a la conciencia su centro” (Los libros que nunca he escrito, 2008).
Es una constante en Steiner y casi continua conclusión, como al final de Gramáticas de la creación (2004). Después de mencionar de nuevo que la religión está en el núcleo del arte y del pensamiento de Occidente, termina: “No se hará burla impunemente de la hipótesis de Dios (…) ¿Puede, podrá el ateísmo suscitar una filosofía, una literatura, una música o un arte de envergadura?”.
Aunque se declara ateo, porque, entre otras razones, siéndolo, piensa que no tiene por qué preguntarse cómo Dios permite el mal en el mundo –el mal se da, y basta–, no deja de inquietarse. En el último capítulo de Errata, de 1997, no hace más que dar vueltas al tema. Incluso llega a pensar en la probabilidad de una caída inicial, el pecado original: “Ante el niño maltratado, violado, ante el caballo o la mula azotados, me siento poseído, como por una claridad en plena noche, por la intuición de la expulsión del Paraíso”. Y recogiendo una afirmación de Heidegger, dice también: “Algo fue terriblemente mal al principio” (Los libros que nunca he escrito). Es una idea que se repite en sus obras más filosóficas: “Cualquiera que sea su modo, fingido o alegórico, el concepto de algún ‘pecado original’, de la ‘caída del hombre’ hacia la oscuridad de la Historia resulta mucho más sugerente”.
Historia a vista de águila
Las siguientes preguntas parecen válidas no solo para los análisis de Steiner; también para todos los que, casi tomando en brazos la historia del mundo desde hace dos siglos, se atreven a decir qué es lo que ha pasado en bloque, en general, respecto a la cultura occidental y la religión.
¿Cómo se sabe eso? ¿Desde qué atalaya supramundana se contempla? ¿Dónde está ese “cráneo privilegiado” (Valle-Inclán) que, a vista de águila, domina el sinuoso camino de la historia? El mismo Steiner, comentando las pesimistas afirmaciones de Ciaran, escribía en 1998: “La historia y la vida de la política y de las sociedades son demasiado múltiples como para que pueda abarcarla ningún patrón grandilocuente” (George Steiner en New Yorker, 2009).
Sobre la decadencia de la práctica o la creencia religiosa se puede apuntar que, aunque solo quedara una persona en la Tierra que fuera verdaderamente religiosa, es decir, llena de amor a Dios, bastaría. No valen los análisis globales; se hacen porque no es factible registrar la conducta individual de millones de personas, la mayoría de ellas sin los conocimientos de Steiner (o de cualquier otro erudito), pero que aman con obras, y cuya vida es una entrega para el bien de los demás.
Dios ama lo pequeño
Quienes amamos la “cultura” (otro término muy general, pero se intuye por dónde va) seguimos con interés el esfuerzo de autores como Steiner para desentrañar muchos matices que no se advierten a primera vista, “la especificidad, la minuciosidad, la amplísima diversidad de las sustancias y las formas del mundo (…) Crecí poseído por la intuición de lo particular” (Errata, 1997).
Por eso mismo, no habría que olvidar, cuando se trae a colación a Dios, que, junto a personas muy cultas y exquisitas, está la mayoría, gente que de la vida solo espera vivirla, muchos con fe y amor para los que están a su lado. Pueden ser “pequeños”, en comparación con la refinada cultura de personas como Steiner, pero son los primeros a los ojos de Dios.
Si Dios ama lo particular, no puede darse un vacío de religión. Otra cosa es que no se sepa ver las “enormes minucias” (Chesterton) en las que consiste la vida de cada ser humano, “la santidad del detalle mínimo”, como escribe el mismo Steiner citando a William Blake.
Para saber másSobre George Steiner se puede consultar también el artículo de Pedro Antonio Urbina “Por una comprensión del arte abierta a la trascendencia” (Aceprensa, 8-01-1992), que comenta la obra más célebre de Steiner, Presencias reales (Destino, 1991). Con ocasión de la entrega del Premio Príncipe de Asturias a Steiner en 2001, Juan Luis Lorda publicó una semblanza del autor y de su obra publicada hasta el momento: “Voz y nostalgias de George Steiner” (Aceprensa, 24-10-2001). En Aceprensa hay reseñas de libros de Steiner: Un largo sábado (Siruela, 2016): Amplia entrevista en que Steiner repasa su trayectoria. El silencio de los libros (Siruela, 2011): Apología de la lectura y la escritura, como instrumentos para conservar la cultura. La idea de Europa (Siruela, 2005): Conferencia sobre la identidad europea, que Steiner considera radicada en Atenas y Jerusalén. Elogio de la transmisión (Siruela, 2005): Sobre el valor de la enseñanza y sus problemas actuales. Lecciones de los maestros (Siruela, 2004): La historia del pensamiento, vista a través de la relación entre maestros y discípulos. Tolstói o Dostoievski (Siruela, 2002): Reflexión en torno a estos grandes escritores rusos, que simbolizan dos singulares concepciones de la literatura. La barbarie de la ignorancia (Taller de Mario Muchnik, 1999): Entrevista radiofónica sobre la responsabilidad moral de la cultura. Errata. El examen de una vida (Siruela, 1998): A partir de sus recuerdos, Steiner muestra los aspectos de fondo que conforman su pensamiento. George Steiner en diálogo con Ramin Jahanbegloo (Anaya; Mario Muchnik, 1994): Libro-entrevista que recoge los ejes principales del pensamiento de Steiner: responsabilidad cultural y aspiración a lo espiritual. |