Amor

GÉNEROS,

PÚBLICOAdultos

CLASIFICACIÓNViolencia

ESTRENO11/01/2013

(Actualizado el 25-02-2013)

Palma de Oro en Cannes, Premio a la mejor película europea, rendida adoración de la crítica internacional… y cinco importantes nominaciones a los Oscar, aunque al final solo ha ganado uno, el de mejor película extranjera. Sin duda Haneke es un cineasta excepcional, su trabajo en Amor es extraordinario, y no digamos el de sus intérpretes; pero en Haneke es igual de importante lo que cuenta que el cómo lo cuenta. Y lo que nos sirve en este plato de impecable diseño es una vianda de muerte que reclama una reflexión.

El argumento, inspirado en el suicidio de una tía de Haneke, cuenta los últimos años de la vida de los parisinos Georges y Anne, un matrimonio de músicos octogenarios de reconocido prestigio y vasta cultura, la quintaesencia de la civilización europea ilustrada. Entre ellos aún existe un amor lleno de delicadeza. Tienen una hija casada que también se dedica a la música y a la que ven muy poco. Un día, Anne sufre una embolia, y queda paralizada de medio cuerpo. Comienza un proceso de degradación física y deterioro mental que pondrá a prueba a su enamorado esposo. Pero ella deja muy claro su deseo antes de perder la cabeza: “Así no tiene sentido vivir”.

La película empieza sorprendiendo al espectador ingenuo, que llega a pensar que Haneke está irreconocible. Parece que se trata de un filme sincero, auténtico, sobre la belleza del amor humano y sobre la grandeza tierna de la vejez; pero en el minuto 40 comprendemos que Haneke no ha cambiado, que nos esperaba a la vuelta de la esquina con su filosofía nietzscheana. La película está llena de rencor hacia la vida. Para Haneke, la vida solo es vida cuando excluye el misterio del dolor, la herida del sufrimiento.

La película tiene muchos momentos verdaderos, muchos, pero son utilizados como envoltorios de una gran mentira: la mentira de dar el poder absoluto a la propia subjetividad. Haneke es fiel a sí mismo, a su mirada sobre el mundo y a su forma de entender el cine. Su nihilismo no es visceral e inmediato. Es un nihilismo de salón, estudiado, intelectualizado e ideologizado. Es el nihilismo de la Europa cansada de sí misma, aburrida de mirarse al espejo. Precisamente el nihilismo que encandila en los festivales del Viejo Continente, y que huele a fruto póstumo de un progresismo decapado, setentero, ya rancio por su falta de horizonte ideal.

No creo que Haneke haya querido rodar un filme sobre la eutanasia. Lo que ha hecho ha sido utilizar una situación humana trágica y conmovedora para volcar su propia mirada ideológica sobre la vida. Una mirada que nace, no de la negación del sentido, sino de la negación misma de su posibilidad. También Iñárritu en Biutiful se enfrenta a la enfermedad terminal y a la muerte pero, no siendo creyente, es honesto con la razón y deja abierta la puerta a lo ignoto, a un significado que esté más allá de nuestro estrecho perímetro. Haneke no quiere ni oír hablar de eso, como ya ha demostrado en sus anteriores películas.

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