Muy buenos mimbres tenía esta coproducción internacional dirigida por el rumano Mihaileanu (Vete y vive), pero el cesto resultante decepciona. No son pocos los espectadores que reciben con mucho interés las películas en las que la música o los músicos tienen el protagonismo, porque es difícil superar a la gran música en su capacidad expresiva de la dimensión espiritual del ser humano.

La historia de El concierto, una comedia con apuntes melodramáticos, es buena, incluso muy buena: el director ruso de la orquesta del Bolshoi represaliado por los comunistas lleva 30 años sin tocar, trabajando en la limpieza del teatro en que antes era un divo. Se le presenta la oportunidad de reunir a su orquesta y volver a tocar, nada menos que en París.

El problema es de guión, de tratamiento. Hay demasiado metraje dominado por un histrionismo acelerado, agotador. Es comprensible la parodia de la Rusia soviética y de la Rusia actual pero… una cosa es mostrar a los rusos blancos según el estereotipo (sentimentales, inconstantes, volubles) y otra entregarse de una manera desmelenada a la caricatura: se me puede objetar que lo hace la inefable La cena de los idiotas, pero Mihaileanu no es Francis Veber (y a Veber le ha salido ese tono logradísimo una vez, las demás no tanto).

Con todo, la cinta está muy bien rodada y tiene unos soberbios actores. De producción francesa, aspiró al César, y ganó merecidamente los premios a la música y al sonido. Hay momentos magníficos y Mélanie Laurent (Malditos bastardos) está muy bien, especialmente en la vibrante secuencia del concierto para violín de Chaikovski, uno de los más complejos de ejecutar que existen (vean una de las prodigiosas interpretaciones de Itzhak Perlman).

Podría haber sido una grandísima película pero no llega al notable.

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