El octavo episodio de la saga lleva el aliento de la trilogía original, con una certera realización y unas interpretaciones que destacan la hondura de los personajes.
George Clooney recurre al humor negro de los hermanos Coen para lanzar una mirada crítica a los años cincuenta en Estados Unidos, mezclando géneros y tramas.
El trabajo de un equipo de cuidados paliativos con un grupo de enfermos terminales atrapa desde el principio gracias a un inteligente planteamiento: no es cómo mueren, sino cómo viven lo que interesa contar.