La atención exclusiva a lo que sucede en los extremos de la sociedad puede pasar por alto un fenómeno todavía más tóxico: la mezcla entre una elevada desigualdad y una débil clase media.
La izquierda y la derecha no se ponen de acuerdo sobre las razones que convierten a la desigualdad de ingresos en un lastre social. Los diagnósticos ponen el acento en la lucha contra la pobreza o en el ideal de mayor equidad.
La nueva generación de la izquierda que vota a los demócratas es igual de libertaria que sus predecesores en materia de costumbres, pero es más meritocrática y menos preocupada por la redistribución económica.
Demócratas y republicanos estadounidenses se preparan para librar la “batalla contra la desigualdad”, tema estrella de las elecciones legislativas de 2014.
Cincuenta años después de la Marcha a Washington contra la discriminación racial, la desintegración familiar es una rémora para el progreso de la población negra.
Pese a lo que dice el lema “Ocupa Wall Street”, la desigualdad de ingresos en Estados Unidos se debe principalmente a la élite de la élite. En su mayoría, los del 1% no son tan ricos como parece indicar su renta media.
Dentro de los países desarrollados la brecha entre los que más ganan y los que menos se ha ido agrandando en los últimos treinta años. Y cuando la economía entra en crisis, resultan más llamativas e irritantes las desigualdades.
Hace diez años, la prestigiosa Escuela de Ciencias Políticas francesa comenzó un experimento, muy observado en el país, para abrirse a alumnos de clase modesta. El resultado es positivo, pero de pequeña magnitud.
Curiosamente, el proyecto de ley de Igualdad de Trato introduce una política discriminatoria en el régimen de conciertos contra los colegios de enseñanza diferenciada.
Hoy parece de mal tono criticar una ley que promete garantizar “la igualdad de trato y la no discriminación”, como la recién propuesta por el gobierno español. Pero cuando se ve que ya hay toda una legislación al respecto y que la nueva supone una intromisión en terrenos hasta ahora dejados a la libre relación entre particulares, surge la sospecha de que hay truco.
Un selecto club femenino norteamericano, cuya misión es favorecer el ascenso de mujeres a puestos de alta dirección, sería ilegal en España si se aprobara la proyectada ley de Igualdad de Trato.
Las críticas más difundidas al proyecto de Ley de Igualdad en Gran Bretaña fueron las expresadas por las Iglesias católica y anglicana. Pero también las empresas, principalmente las pequeñas y medianas, temen que les imponga cargas excesivas y las haga vulnerables a denuncias infundadas.