Trash, ladrones de esperanza

PÚBLICOJóvenes-adultos

CLASIFICACIÓNViolencia

ESTRENO28/11/2014


Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 88/14

Dos chicos brasileños que sobreviven como pueden en una favela encuentran un día una cartera en el vertedero de basura donde trabajan. Lo que empieza como un golpe de suerte acaba convirtiéndose en una auténtica pesadilla.

Dirigida por Stephen Daldry (Billy Elliot, Las horas), Trash es un melodrama bastante convencional pero funciona. En primer lugar porque, plagiando sin disimulo a Danny Boyle en Slumdog Millionaire, Daldry imprime ritmo a la historia con un montaje ágil, muy pegado a una potente banda sonora que se convierte en un protagonista más de la película. Si a Boyle le funcionó en un suburbio de la India, a mí tiene que funcionarme en una favela, parece que pensó Daldry. Y la verdad es que, sin el toque novedoso de Slumdog, el recurso es eficaz, y lo que en otras circunstancias resultaría de difícil digestión (más de un tercio de la película tiene como único escenario un gran montón de basura), de esta manera se distancia y se hace más llevadero, especialmente para quien busque una cinta comercial (Trash no es Ciudad de Dios).

En segundo lugar, el director británico se apoya en un elenco de buenos actores con unos intérpretes jóvenes muy convincentes y naturales a los que acompañan un valor seguro como Martin Sheen –interpretando a un viejo sacerdote–, y la ascendente Rooney Mara, que muestra qué sabio es que un secundario quiera serlo y sepa estar en la sombra para dar luz a los verdaderos protagonistas.

Por otra parte, como también ocurría en Slumdog, hay un cierto mensaje moral en el que esta película encuentra su cara y su cruz. Su cara, porque lo que nos cuenta Trash –la miseria material no está reñida con la riqueza moral, y muchas veces las personas más desfavorecidas pueden dar auténticas lecciones– no solo es positivo sino necesario en una sociedad como la actual. Su cruz, porque la manera de recalcar el mensaje, con subrayados enfáticos y un final en fosforito que insiste en lo evidente hasta convertir el fondo argumental en mitin, resulta un poco cargante.

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