Londres, en plena Segunda Guerra Mundial. Peter es un inteligente y rebelde chaval de doce años, que malvive en un orfanato regido por unas severas monjas católicas. Una noche descubre los turbios negocios de la brutal madre superiora y una bella carta de su madre, que la monja siempre le ha ocultado. Y, sobre la marcha, es secuestrado con otros niños por unos piratas desde un enorme barco volador. Tras sortear las defensas aéreas británicas, el barco arriba al alucinante País de Nunca Jamás.
Este libérrimo acercamiento fílmico a la inmortal novela juvenil que Sir James M. Barrie escribió en 1902 se ve lastrado por su sórdido arranque anticatólico y por ciertas licencias respecto al original, no siempre bien resueltas. Sin embargo, si dejamos a un lado tales defectos, este sexto largometraje del londinense Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Anna Karenina) ofrece una entretenida aventura fantástica, fiel al espíritu de la obra de Barrie —y de toda la tradición literaria fantástica británica de los últimos dos siglos—, rodada e interpretada con fuerza, oxigenada con certeros golpes de humor y llena de imaginativos efectos visuales estereoscópicos, con frecuencia muy espectaculares. Elogio especial merece la preciosa banda sonora del también londinense John Powell, que confirma su excelencia tras sus trabajos para las sagas de animación Cómo entrenar a tu dragón, Shrek, Ice Age… y para las tres primeras entregas de las aventuras de Jason Bourne.
En todo caso, sobre todo por los defectos señalados, este filme se queda por debajo de la espléndida versión que produjo Walt Disney en 1953, y como mucho iguala el nivel de otras versiones modernas del relato de Barrie, como Hook (1991), Peter Pan: La gran aventura (2003) o Descubriendo Nunca Jamás (2004).
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