Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 56/15

Spin-off o precuela: he ahí el dilema. Se vea como se vea –los hechos narrados transcurren antes de lo acontenido en Gru. Mi villano favorito, partes 1 y 2, y los protagonistas son tres de los Minions: Stuart, Kevin y Bob, por encima de una nueva villana, Scarlett–, el caso es dar continuidad a esta saga humorística protagonizada por estas criaturas amarillas, sembrada de divertidos gags. Repite uno de los directores de los títulos originales, Pierre Coffin, y se suma a la función uno nuevo, Kyle Balda, que firma su primer largo.

Tras un ocurrente prólogo, que muestra a los Minions sirviendo a distintos villanos a lo largo de la Historia, el film nos sitúa en 1968, momento en que están establecidos en el Polo Norte bastante aburridos, sin un malo malote para el que trabajar. De modo que Kevin, acompañado por dos voluntarios, Stuart y Bob, emprende un viaje que le lleva hasta una convención de supervillanos, y allí la posibilidad de servir a la muy malvada Scarlett resulta un plan bastante atractivo.

La idea de tomar a unos secundarios de una cinta de animación y convertirlos en protagonistas, confiados en la simpatía que han despertado entre el público, sigue claramente la senda trazada por Los pingüinos de Madagascar. Está claro que estos gamberrillos algo gafes con ojazos como ojos de buey de un barco, a los que apenas se entiende al hablar, y que actúan alocadamente en grupo, dan juego, aunque aquí se puede decir que falta una chispa de originalidad, y que algunos momentos adquieren un carácter cansino.

Los chistes de doble sentido pueden tener su gracia, y contentar al público adulto, pero a veces parecen un poquito fuera de lugar y tal vez nada inocentes, aunque se juegue con la idea de que “los niños no se enteran”. Aun así, se ve con agrado, y tiene su encanto el homenaje a los Beatles, con las imágenes iniciales que remiten sin duda a su cinta animada de justamente 1968, Yellow Submarine.

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