Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 80/15

En un pequeño pueblo de EE.UU. vive un niño de siete años que padece problemas de crecimiento en estatura. Cuando su padre, casi su único amigo, se marcha al frente a combatir en la Segunda Guerra Mundial, el chico tendrá que enfrentarse no solo a la crueldad de sus compañeros de clase, sino también a la de sus vecinos.

La película es amable, entretenida, luminosa y muy bien interpretada. La religiosidad de la que habla el film tiene un reconocible sesgo, característico del cine norteamericano, quizá en parte contaminado del voluntarismo y protestantismo tan propios del humus estadounidense. Ese énfasis en el lema “¿Crees que puedes lograrlo?”, que suena como un bajo continuo a lo largo de toda la película, condiciona la gracia –de suyo incondicional y absolutamente gratuita– a los esfuerzos del protagonista por conseguir lo que desea. La fe de Little Boy consiste en creer firmemente que puede ocurrir lo que deseas. Y si crees con mucha fuerza, ocurrirá (si Dios quiere). La fe como adhesión a Cristo ni se plantea, y la oración como medio de “mover” a Dios a actuar, tampoco.

No obstante, en el contexto actual, la película debe valorarse en términos positivos. Frente a un radical laicismo intolerante y resentido, la película habla con naturalidad de la intervención de Dios en la historia, y expone el valor de las obras de misericordia frente al odio de la guerra y la humillación de los más débiles. Además, es un hermoso canto a la familia, a la paternidad y a la fidelidad conyugal, así como, en la trama de Hashimoto, se propone la apertura desprejuiciada al otro como forma de humanizar nuestras relaciones.

La película es muy grata visualmente: un tratamiento fotográfico cálido y algo saturado nos acerca a los años cuarenta como quien entra en un cuento luminoso y cargado de bellos ideales.

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