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En los albores del siglo XVIII, la reina Ana Estuardo, enferma y envejecida, ha dejado el gobierno en manos de la fiel y ambiciosa lady Sarah. La aparición en escena de la joven Abigail convierte la corte en el epicentro de una lucha perversa por conseguir el favor de la reina.

El griego Yorgos Lanthimos es uno de esos cineastas unidos a adjetivos como indescifrable, extravagante o extraño, probablemente porque decir enfermizo, morboso o malsano es duro y suena infinitamente peor.

Aceptando unos adjetivos u otros –todos son aplicables en este caso–, la realidad es que Lanthimos es un autor –eso hay que reconocérselo–, pero un autor que exige un alto peaje al espectador. Un autor empeñado en que el público recorra el lado oscuro de la historia, que sienta la incomodidad que provoca la perversión, el desorden, lo sórdido o la sinrazón. Su filmografía está llena de ejemplos narrativos y visuales. Quien haya visto Canino, Alps o Langosta sabe de lo que estoy hablando.

Paradójicamente, Lanthimos firma ahora su película más accesible. Al margen de algunas tomas imposibles y escenas inquietantes cargadas de simbolismo, el cineasta griego respeta en este caso mucho más que en otras ocasiones la lógica narrativa. Lo que permanece igual es el tono, la atmósfera y el discurso sobre el hombre y la realidad de Lanthimos. Un tono oscuro –la historia, lo es–, una atmósfera asfixiante y un discurso absolutamente demoledor y nihilista. Lanthimos proyecta su lupa de aumento sobre los aspectos más negros de la psicología humana, en este caso, de la psicología femenina. Cada una de las protagonistas –magníficas actrices e impecables en sus incómodos papeles– se mueve por ambiciones torpes, por deseos instintivos muy primarios, y por razonamientos absolutamente egoístas, ciegos a nada que no sea el propio beneficio. Hablando de símbolos, y es una simbología muy frecuente en el cine de Lanthimos, los personajes son como los animales enjaulados que guarda la reina en su cuarto. Seres sin libertad. Ciegos. Estúpidos. Absurdos.

La crítica se ha rendido ante esta película. Al margen de que suele rendirse siempre ante las extravagancias de Yorgos Lanthimos, se entiende. Las interpretaciones son brillantes, la puesta en escena, eficaz, y mantener la cuerda de la incomodidad tensada sin pausa –a pesar de algunos momentos de respiro jocoso– no debe de ser nada, nada fácil. Otra cosa es que el talento pueda destinarse a mejor causa, a una narrativa más humana, con algo más de aire.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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