La historia es conocida: una joven está haciendo surf en una playa, se queda sola “para atrapar una última ola”, y aparece un tiburón. En esta cinta, la protagonista queda herida sobre una roca, a poco más de cien metros de la costa, pero parece imposible no ya alcanzar la playa, sino simplemente sobrevivir. Tendrá que utilizar todo su tesón e ingenio para volver a ver a los suyos.
El barcelonés Jaume Collet-Serra lleva una carrera envidiable en Hollywood como maestro en el thriller, del tipo que sea. Recuerden sus inicios con el remake de Casa de cera, la terrorífica La huérfana, o las dos películas de acción y suspense con Liam Neeson, Sin identidad y Non-Stop. Y hay que decir también que tras los últimos tiburones mutantes –con dos o tres cabezas–, pirañas sádicas y otras basuras, Collet-Serra devuelve al género la dignidad que le dio Spielberg con su primer Tiburón: una historia sencilla, en la que bastan un buen cámara, una banda sonora eficaz, y un par de actores inspirados.
Blake Lively, una belleza de Hollywood, demuestra que es mucho más que una niña bonita. El guion, en su simplicidad, logra darle una historia, una familia, unos problemas y un fondo cultural de donde sacar los recursos para afrontar la adversidad. Es expresiva en su soledad, angustia, hablando consigo misma, con su familia (por teléfono), o con una gaviota, cuando no hay nadie más. Oscar Jaenada aparece sólo en dos secuencias, pero bastan para recordarlo como actor de esta película.
El suspense está servido; el guionista, Anthony Jaswinski, no hace una película de terror, ni es (demasiado) desagradable en sus imágenes –alguna es fuerte–, y logra mantener un tono realista, en el que llega a haber algún toque de humor, hasta el final. La resolución del caso, a imagen de su modelo, termina siendo increíble, pero pone un brillante broche final a la aventura.
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