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La saga Fast & Furious cumple diez años y su atractivo, al menos a juicio de Justin Li (director de las tres últimas entregas) y de los productores, los protagonistas pesan tanto o más que las máquinas y las carreras.

En esta ocasión esas alocadas persecuciones nocturnas apenas se ven, pero tenemos otras no menos aparatosas protagonizadas por Dominic Toretto (Vin Diesel), su hermana Mia (Jordana Brewster) y el novio de ella, el ex policía Brian O’Conner (Walker).

El trío se ha refugiado en Brasil, donde les acusan de unos asesinatos que no han cometido. Ahora deben huir del FBI, que pone tras ellos a un agente implacable (Dwayne Johnson).

La acción es espectacular; los coches, de ensueño; los malos, malísimos; los héroes, chulos, fuertes, muy duros, marginales y un poco cutres, con una cuidada estética hortera. La aventura, o mejor, la excusa para la acción, es un Mcguffin: un objeto que todos quieren y nadie sabe qué es; el resultado, planear el asalto a la fortaleza del malvado. Y la fórmula funciona. Estos chicos malos son buenos, tienen carisma y atraen; siguen valorando la familia, la lealtad y la amistad. Es gracioso que los protagonistas hagan reír cuando se lo toman en serio. Todo es increíble, pero ¿a quién le importa?

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