Directores: Brenda Chapman, Steve Hickner y Simon Wells. Guión: Kelly Asbury y Lorna Cook. Dibujos animados. 99 min. Todos.

A pesar de la calidad y el éxito de Mulan, la hegemonía de la Walt Disney en los dibujos animados corre peligro. Así lo anunciaron películas como Anastasia, de la Fox, o La espada mágica, de la Warner. Ahora, con El Príncipe de Egipto, y reciente aún el éxito de Antz, la DreamWorks de Steven Spielberg, Jeffrey Katzenberg y David Geffen confirma también su disposición de hacerse con un trozo del pastel del cine de animación. Consciente de esta competencia, Katzenberg -que resucitó el género en la Disney y ahora preside el DreamWorks Animation Studio- ha reunido un magnífico equipo técnico en esta arriesgada superproducción épica, que se inspira en Los Diez Mandamientos, de Cecil B. DeMille, y en Lawrence de Arabia, de David Lean, con homenajes a Ben-Hur, de William Wyler, y al cine del propio Spielberg.

Siguiendo casi al pie de la letra el libro del Éxodo, el guión condensa la vida de Moisés desde el niño convertido en príncipe de Egipto hasta la recepción de las Tablas de la Ley, después de que Dios lo eligiera para liberar del yugo egipcio al pueblo de Israel y conducirlo a la Tierra Prometida. Tres conflictos sufre Moisés: su costosa evolución desde la frivolidad juvenil hasta una sumisa madurez; la progresiva conciencia de su incapacidad para realizar sin fe su difícil misión; y la ruptura con su familia egipcia, finalmente trágica por la obstinación de su hermano el faraón contra la voluntad divina.

La película afronta estas aristas de frente, sin rebajarlas con salidas cómicas o aventureras excesivas. De modo que escenas como la matanza de los primogénitos egipcios por el Ángel Exterminador resultan muy desasosegantes y poco apropiadas para el público más infantil. En este sentido, aunque parte de una visión trascendente de la vida -«Habrá milagros cuando creas», insiste la canción central-, quizá no profundiza bastante en las relaciones personales de Moisés con Dios, ni matiza bien la misericordia divina. Esto, unido a que se obvian las rebeliones del pueblo judío contra Dios, ha llevado a algunos a considerar la película -pienso que injustamente, pues no es nada maniquea- más como una apología del sionismo que como una obra religiosa.

En cualquier caso, la trama está muy bien narrada, y la animación es antológica, con un fastuoso diseño de personajes y escenarios, panorámicas sorprendentes, escenas de masas y de acción muy espectaculares, y efectos especiales nunca vistos. Sin duda, se aprecia el notable esfuerzo de Katzenberg por ser fiel a la historia, al arte y al texto bíblico, que le llevó a consultar a historiadores, arqueólogos, teólogos y líderes religiosos de todo el mundo. Por otra parte, todo está presentado con una original paleta de colores y aderezado con la espléndida partitura sinfónica de Hans Zimmer (El Rey León) y las preciosas canciones de Stephen Schwartz (Pocahontas). De modo que, a pesar de sus limitaciones de fondo, cabe incluir El Príncipe de Egipto entre los títulos señeros de esta nueva Edad de Oro del cine de animación.

Jerónimo José Martín

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